por Peter Kreeft
Tomado de su libro Fundamentos de la FeIgnatius Press, Octubre de 1988Traducción vista y tomada de Diario Pregón de la Plataa doctrina de la divinidad de Cristo es una doctrina central del cristianismo, pues es como una llave maestra que abre todo lo demás. Los cristianos no han razonado de modo independiente ni puesto a prueba cada una de las enseñanzas de Cristo que recibieron vía la Biblia y la Iglesia, sino que creen en todas ellas en base a Su autoridad. Pues si el Cristo es divino, bien puede confiarse en Él como maestro infalible en todo lo que dijo, incluso cosas duras como su exaltación de la pobreza y del sufrimiento, su prohibición del divorcio, su don a la Iglesia de la autoridad para enseñar y perdonar los pecados en Su nombre, sus advertencias sobre el infierno (muy a menudo y muy seriamente), la institución del escandaloso sacramento de comer su carne—frecuentemente nos olvidamos cuántas “cosas duras” enseñó.
Cuando los primeros apologistas cristianos comenzaron a dar razón de su fe a los incrédulos, naturalmente esta doctrina de la divinidad de Cristo resultó atacada, pues era casi tan increíble para los gentiles como escandalosa para los judíos. Que un hombre nacido de un vientre materno y que murió en la cruz, un hombre que se cansaba y que padeció hambre y que se enojó y que se conmovió y lloró ante la tumba de su amigo, que este hombre que tenía las uñas sucias fuera Dios era, sencillamente, la más asombroso, increíble, idea loca que jamás entró en cabeza de hombre en toda la historia de la humanidad.
El argumento al que recurrían los apologistas para defender esta doctrina aparentemente indefendible se ha transformado en un argumento clásico. C. S. Lewis lo ha usado en varias oportunidades. En cierta oportunidad le dediqué medio libro (Between Heaven and Hell). Es el argumento más importante de la apologética cristiana, pues una vez que el infiel acepta la conclusión de este argumento (que Cristo es Dios), todo lo perteneciente a la Fe sigue solo, no sólo intelectualmente (por tanto las enseñanzas de Cristo han de ser verdaderas) sino también personalmente (si Cristo es Dios, Él es también tu Señor y Salvador).
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