l llegar el siglo XIII todas las rutas de Europa se llenan de rumores. El comercio, las peregrinaciones y las universidades lanzan a los hombres a los caminos. Hay un ir y venir de gentes, un entremezclarse de pueblos, un rebullir de ideas, una eclosión de fe.
Superada la crisis del feudalismo, surgen pujantes y boyantes las ciudades libres, con su vida gremial y su activo comercio. La gente trabaja, rinde y gasta. Circulan los productos, se organizan las ferias, las naves surcan el Mediterráneo hay griterío en los puertos y mercados.
Los hombres quieren conocer nuevas tierras, divisar otros horizontes, ponerse en contacto entre sí, organizarse.
Se organizan los pequeños artesanos, y nacen los gremios; se organiza el comercio, y nace la Hansa; se organizan los estudios, y nacen las universidades; se organiza la piedad, y nacen las cofradías; se organizan las formas ascéticas, y surgen las órdenes religiosas.
Hay un deseo indefinible de orden y agrupación. Piedra a piedra van elevándose, ágiles y airosas, las catedrales. Son obras anónimas, multitudinarias. No conocemos los arquitectos que las proyectaron, no conocemos los donantes que las costearon. Son obra de la ciudad entera, son fruto de la fe y de la situación próspera de que gozaba Europa.
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