por Juan Manuel de Prada
Tomado de XLSemanal
n una de sus visitas a Combray, Swann, el célebre personaje proustiano, protagonista del primer tomo de En busca del tiempo perdido, despotrica contra «esos cargantes periódicos que nos creemos en la obligación de leer», postergando otras lecturas más provechosas. «Lo que a mí me parece mal –inicia Swann su diatriba– en los periódicos es que soliciten todos los días nuestra atención para cosas insignificantes, mientras que los libros que contienen cosas esenciales no los leemos más que tres o cuatro veces en nuestra vida. En el momento ese en que rompemos febrilmente todas las mañanas la faja del periódico, las cosas debían cambiarse y aparecer en el periódico, yo no sé qué, los... pensamientos de Pascal, por ejemplo. Y, en cambio, en esos tomos de cantos dorados que no abrimos más que cada diez años es donde deberíamos leer que la reina de Grecia ha salido para Cannes, o que la duquesa de León ha dado un baile de trajes.» Este anhelo de Swann, nacido del hastío y la perentoria sensación de pérdida de tiempo que a todos nos acomete cuando empleamos nuestras horas en futilidades, no excluye, sin embargo, algunas precisiones paradójicas: así, el distinguido y delicado Swann no se recata de especificar que rompe «febrilmente» la faja del periódico; señal de que, también en él, la ansiedad por enterarse de las noticias banales que trae el periódico triunfa sobre su aristocrático desdén por las cosas mundanas.
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