por Jean Dumont (para conocer algo del autor haga click sobre este enlace).
Tomado de Comunión Tradicionalista
EL DERECHO DIVINO A LA DERIVA
uestra adhesión a la nación, ante todo si se refiere a empresas temporales, es una exigencia natural pero secundaria. Nuestra obligación principal y primaria es la adhesión a la fe católica. Partiendo de esta verdad, se impone un examen de conciencia católico sobre nuestro patriotismo. Examen que revela la existencia en nuestra monarquía sacral de una desviación o atentado, que ha constituido de larga data el origen, -en un avance sin prisa pero sin pausa- del laicismo destructor de la fe que caracteriza a nuestro país.
No es por un desgraciado azar que nuestro país será, con la Revolución francesa, el primer modelo absoluto de este laicismo destructor. El claro atentado contra el papado, manifestado en la aprobación efectuada por Luis XVI de la revolucionaria Constitución civil del clero, no hubiera podido expandirse libremente de no haber estado profundamente enraizado en nuestro pasado monárquico. Como señala Jaurès, la Constitución civil no sólo laicizaba al estado sino también a la Iglesia francesa en contra de Roma. Aunque Luis XVI se redimirá muriendo como admirable mártir en la defensa del clero fiel a Roma, no pudo escapar inicialmente a esta desviación.
Estas características fundacionales no son evidentes sino hasta la finalización del siglo XIII, ya que nuestra primera Edad Media, modelo de pureza monárquica católica en su florecimiento final con San Luis, queda indemne. Por un misterio de iniquidad, todo pierde su control con el nieto de San Luis, su heredero directo y casi inmediato, Felipe el Hermoso. La ruptura se produce más precisamente en 1298 bajo su reinado. En este año, por primera vez, la cancillería del rey ungido que desde la época carolingia había sido dirigida naturalmente por un eclesiástico, queda en poder de un combativo legista laico, Pierre Flotte. Según los especialistas Riché y Lagarde, es éste el antecedente dramático para la monarquía francesa de lo que ellos llaman “el surgimiento del espíritu laico”.
Felipe el Hermoso, rey ungido, resulta así el único -a mi entender- que en Europa osó poner su mano sobre el Papa en una tentativa cuidadosamente organizada, dirigida a desplazarlo por la fuerza y deponerlo. Hecho que ocurrió luego de haber ordenado la redacción del texto falsificado de una bula pontificia impuesta a nuestros Estados Generales y a nuestro clero en 1302. Éste fue el primer abuso, el primer atentado fundador, que llamamos “el atentado de Anagni” (1303). Ya que, en el fondo, nuestra Revolución, al desplazar y dejar morir prisionero en Valence al papa Pío VI logrará con éxito lo que Felipe el Hermoso ya había intentado contra el papa Bonifacio VIII en el siglo XIV.
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