por el R.P. Angel David Martín Rubio
Tomado de su sitio Desde mi campanario
uando se habla de sano laicismo, cabría preguntarse —retóricamente— si se trata de proponer la doctrina católica acerca de las relaciones Iglesia-Estado bajo un aspecto que resulte agradable a los oídos de nuestros contemporáneos. En tal caso, apenas cabría otro reproche que el que reciben los oportunistas más o menos bien intencionados. Pero si se tratara —en este caso no hay retórica en la afirmación— de asumir las categorías propias del pensamiento moderno en lo que a este asunto se refiere, tendríamos ante los ojos una manifestación más de que la crisis que atraviesa la Iglesia Católica se sitúa en un terreno que afecta a la propia conservación de la verdad que le ha sido encomendado custodiar.
El filósofo Romano Amerio formuló una ley de la conservación histórica de la Iglesia en los siguientes términos: la Iglesia está fundada sobre el Verbo Encarnado, es decir, sobre una verdad divina revelada y recibe la gracia necesaria para acomodar su propia vida a dicha verdad. La Iglesia no peligra en caso de no acomodarse a la verdad sino cuando se pone en situación de perder la referencia a la verdad. La Iglesia peregrinante no es dinamitada por efecto de las debilidades humanas sino por aquéllos que llegan a cercenar el dogma y formular en proposiciones teóricas las depravaciones que se encuentran en la vida. O como algunos lo explican, de manera más sencilla aunque no menos profunda: hace más daño una idea equivocada que un fallo moral.
La contradicción inherente a la reivindicación del laicismo radica en que no se puede afirmar un criterio moral ante los resultados concretos que resultan de la aplicación de un sistema político (por ejemplo, determinadas leyes o, de manera más genérica, la degradación moral y la corrupción) mientras que ese mismo criterio se difumina a la hora de valorar los principios sobre los que descansa ese mismo sistema. Se aprueba el árbol y después se rechazan los frutos.
Los resultados de esta incongruencia son dos que enumeró en su día el entonces Obispo de Cuenca, don José Guerra Campos, sin que hasta ahora hayamos notado ninguna rectificación del rumbo adoptado.
1. Desde fuera de la Iglesia: sorpresa, escándalo, reacción airada, cuando alguien aduce la Doctrina católica en casos como las leyes del divorcio, del aborto, la permisividad corruptora de los jóvenes... Incluso algunos pseudo-teólogos se hacen eco de planteamientos como éste al decir: si hemos aceptado la democracia, ahora tenemos que asumir las consecuencias y no tenemos derecho a quejarnos de las decisiones tomadas en cada caso por la mayoría.
2. En el interior de la Iglesia asistimos al debilitamiento y la ambigüedad de la misma enseñanza destinada a orientar las conciencias que se limita a ofrecer sugerencias, más o menos dignas de consideración, olvidando así su obligación, por mandato divino de decir a todos lo que obliga moralmente (Cfr. Mt 28, 19-20).
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4 comentarios:
Qué gusto ver este blog de nuevo actualizado.
Bendito sea Dios.
Un abrazo en Cristo
Muchas gracias.
Un fuerte abrazo en Xto Rey
Me uno a la alegria.
Que bueno verlo actualizado un fuerte abrazo estimado cruzamante
Muchas gracias, querido amigo.
Un fuerte abrazo en Xto. Rey.
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