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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

31 de diciembre de 2010

Los reyes de Francia, ¿fueron fieles a la catolicidad?



por Jean Dumont (para conocer algo del autor haga click sobre
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Tomado de
Comunión Tradicionalista




EL DERECHO DIVINO A LA DERIVA



uestra adhesión a la nación, ante todo si se refiere a empresas temporales, es una exigencia natural pero secundaria. Nuestra obligación principal y primaria es la adhesión a la fe católica. Partiendo de esta verdad, se impone un examen de conciencia católico sobre nuestro patriotismo. Examen que revela la existencia en nuestra monarquía sacral de una desviación o atentado, que ha constituido de larga data el origen, -en un avance sin prisa pero sin pausa- del laicismo destructor de la fe que caracteriza a nuestro país.

No es por un desgraciado azar que nuestro país será, con la Revolución francesa, el primer modelo absoluto de este laicismo destructor. El claro atentado contra el papado, manifestado en la aprobación efectuada por Luis XVI de la revolucionaria Constitución civil del clero, no hubiera podido expandirse libremente de no haber estado profundamente enraizado en nuestro pasado monárquico. Como señala Jaurès, la Constitución civil no sólo laicizaba al estado sino también a la Iglesia francesa en contra de Roma. Aunque Luis XVI se redimirá muriendo como admirable mártir en la defensa del clero fiel a Roma, no pudo escapar inicialmente a esta desviación.

El nacimiento del espíritu laico en la monarquía

El origen de esta desviación es remoto. Proviene de la ambigüedad en la que se ha desarrollado, a partir de un cierto momento histórico, nuestro Estado monárquico, operando así el carácter laico y nacionalista de su catolicismo. Hablando con claridad, éste carácter se origina en la infidelidad de hecho, en cuanto Estado, a su vocación católica, y todo bajo apariencia de sacralización.

Estas características fundacionales no son evidentes sino hasta la finalización del siglo XIII, ya que nuestra primera Edad Media, modelo de pureza monárquica católica en su florecimiento final con San Luis, queda indemne. Por un misterio de iniquidad, todo pierde su control con el nieto de San Luis, su heredero directo y casi inmediato, Felipe el Hermoso. La ruptura se produce más precisamente en 1298 bajo su reinado. En este año, por primera vez, la cancillería del rey ungido que desde la época carolingia había sido dirigida naturalmente por un eclesiástico, queda en poder de un combativo legista laico, Pierre Flotte. Según los especialistas Riché y Lagarde, es éste el antecedente dramático para la monarquía francesa de lo que ellos llaman “el surgimiento del espíritu laico”.

Felipe el Hermoso, rey ungido, resulta así el único -a mi entender- que en Europa osó poner su mano sobre el Papa en una tentativa cuidadosamente organizada, dirigida a desplazarlo por la fuerza y deponerlo. Hecho que ocurrió luego de haber ordenado la redacción del texto falsificado de una bula pontificia impuesta a nuestros Estados Generales y a nuestro clero en 1302. Éste fue el primer abuso, el primer atentado fundador, que llamamos “el atentado de Anagni” (1303). Ya que, en el fondo, nuestra Revolución, al desplazar y dejar morir prisionero en Valence al papa Pío VI logrará con éxito lo que Felipe el Hermoso ya había intentado contra el papa Bonifacio VIII en el siglo XIV.

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