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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

28 de diciembre de 2010

Otra vez "Gran Hermano"



por el Dr Aníbal D´Angelo Rodríguez



Tomado del Blog de Cabildo








espués de lo que escribí en el número anterior sobre “Gran Hermano”, seguí su desarrollo, pero centrándome esta vez en las conversaciones de los participantes. Me quedaron dos sensaciones: la primera es que el grupo, elegido en todo el país, era bastante representativo, no digo de toda la juventud argentina, pero sí de una ancha franja de ella que responde a los estereotipos, a los usos, costumbres y lenguaje de los actuales participantes de “Gran Hermano”. La segunda conclusión es que estos pobres chicos son la primera generación que ha crecido con una ignorancia total de toda cosa ajena a lo que ven por televisión, lo que leen en las revistas dirigidas a ellos y lo que aprenden de las canciones que cantan. Más algunos retazos confusos de lo que aprendieron en su paso por el sistema de enseñanza (estatal o privado, católico o laico, en términos generales, lo mismo da).

Hijos de padres de la generación sesentista, no tienen referencias culturales ni relación emocional alguna que no haya pasado por el filtro de la televisión. Son, como decía Ortega, los primeros “bárbaros asomados por escotillón” (es decir, bárbaros no venidos de tierras lejanas, sino nacidos en la misma civilización que van a destruir).

Su conversación es el bar-bar que originó su nombre y del que se burlaban los griegos. Usan un lenguaje de quinientas palabras, mechado de muletillas que ya se han convertido en un componente inevitable de lo que se dice.

Un episodio significativo: en un momento determinado hacen una especie de apuesta con “Gran Hermano”. Durante un tiempo determinado no dirán malas palabras. Ponían en juego la cantidad y calidad de lo que comerían durante una semana. Pues bien, les fue imposible —materialmente imposible— dejar de decir cada tres minutos la palabreja que empieza con b y que hoy está presente en toda conversación entre jóvenes argentinos. Perdieron la apuesta.

Rectifico, pues, mis conclusiones anteriores. Lo más importante e impresionante de “Gran Hermano” es la espantosa radiografía de una parte grande de nuestra juventud. Nada saben que sobrepase el nivel elemental de sus intereses inmediatos, de sus pequeños afectos. Hay sexo de sobra, pero lo más grave no es la irresponsabilidad con que se maneja, sino la falta de pasión: se trata de un ejercicio agradable y divertido, poco costoso, en el que no ponen más de lo que esa descripción pide. Sus iguales recibirán sin resistencia, pero con la falta de atención con que oyen todo, las clases de sexualidad que les dará el Estado. Para ambos —alumnos y Estado— el sexo no pasa de ser una técnica y en él solamente pueden aprenderse métodos. Cualquier discurso “metafísico” que intente sobrepasar el nivel de lo instrumental será respondido con un cierre total de los oídos.
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