por Baldasseriensis
Tomado de Radio Convicción.
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a humanidad conocía el pecado de sodomía desde los tiempos del santo patriarca Abrahán. Dicho pecado provocaba la justa ira de Dios -«propter quod ira Dei venit in filios diffidentiae» [«por el cual cayó la ira de Dios sobre quienes le desafiaban»] (en Praecepta antiquae diócesis rotomagensis [Cartas pastorales de la antigua diócesis de Rouen])-, destructora de las ciudades corrompidas (Gn 18,16-33; 19,1-29). No le corresponde, pues, a la modernidad la triste gloria de haber alumbrado el pecado inmundo; pero, en cambio, es propia de nuestra época la negación más radical que darse pueda de la ley natural, una negación que llega hasta a hacer caso omiso de la perversión homosexual.
A partir de las denominadas "luchas por los derechos civiles de los homosexuales", que se entrelazaban miserablemente con la revolución sexual, todo Occidente se fue convenciendo, poco a poco, de la naturaleza anodina de las relaciones sexuales; de ahí que éstas se reduzcan, en su opinión, nada más que a una cuestión de gustos incensurables, que se pueden satisfacer libremente en la más absoluta negación de toda naturaleza y/o finalidad de la sexualidad.
Si a tal convencimiento pseudomoral, que arraiga y prospera en el terreno abonado del convencionalismo ético-jurídico de Occidente, se le suma el ideal romántico del sentimiento irracional del amor (pasión erótica) en tanto que valor absoluto en sí y justificación de cualquier acto (es la interpretación romántico-vitalista del agustiniano «ama et fac quod vis» [«ama y haz lo que quieras»], «V error de'ciechi che si fanno duci» [«el error de los ciegos que se hacen guías de los demás»] cuando dicen «ciascun amor in sé laudabil cosa» [«todo amor es laudable en sí»]: Purgatorio XVIII, vv. 18 y 36), es fácil comprender la exaltación actual de la homosexualidad en tanto que forma de amor lícita y, por ende, con derecho a reivindicar del Estado un reconocimiento legal que la equipare, en todos los aspectos, con la heterosexualidad.
La superación de los sexos en el concepto artificioso de "género", así como la equiparación de la homosexualidad con la heterosexualidad, se hallaban ya presentes, implícitamente, en la filosofía moderna y en el derecho liberal, aunque no han llegado a realizarse por completo hasta nuestros días. Una vez dicho esto, que era necesario para atribuir a los hechos contingentes su justo peso respecto de las ideologías en que se fundamentan, mucho más radicales, no podemos pasar en silencio el hecho de que Occidente presenta hoy, en la mejor de las hipótesis, legislaciones neutrales respecto de los actos homosexuales, a los que se acepta ya como lícitos y respetables. La denominada "cuestión antropológica" es mucho más antigua, ciertamente, y hunde sus raíces en la modernidad (antes aún, a decir verdad: en algunas antiguas herejías). Las raíces de los errores son viejas, pero su floración es relativamente reciente.
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