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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

17 de enero de 2011

17 de Enero, Festividad de San Antonio, Abad


VIDA DE SAN ANTONIO ABAD



Por San Atanasio de Alejandría



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ATANASIO, OBISPO, A LOS HERMANOS EN EL EXTRANJERO


xcelente es la rivalidad en la que ustedes han entrado con los monjes de Egipto, decididos como están a igualarlos o incluso a sobrepasarlo en su práctica de la vida ascética. De hecho ya hay celdas monacales en su tierra y el nombre de monje se ha establecido por sí mismo. Este propósito de ustedes es, en verdad, digno de alabanza, ¡y logren sus oraciones que Dios lo cumpla!

Ustedes me pidieron un relato sobre la vida de san Antonio: quisieran saber como llegó a la vida ascética, que fue antes de ello, como fue su muerte, y si lo que se dice de él es verdad. Piensan modelar sus vida según el celo de su vida. Me alegro mucho de aceptar su petición, pues también saco yo provecho y ayuda del solo del solo recuerdo de Antonio, y presiento que también ustedes, después de haber oído su historia, no sólo van a admirar al hombre, sino que querrán emular su resolución en cuanto les sea posible. Realmente, para los monjes la vida de Antonio es modelo ideal de vida ascética.

Así, no desconfíen de los relatos que han recibido de otros de él, sino que estén seguro de que, al contrario, han oído muy poco todavía. En verdad, poco les han contado, cuando hay tanto que decir. Incluso yo mismo, con todo lo que les cuente por carta, les voy a transmitir sólo algunos de los recuerdos que tengo de él. Ustedes, por su parte, no dejen de preguntar a todos los viajeros que lleguen desde acá. Así, tal vez, con lo que cada uno cuente de lo que sepa, se tendrá un relato que aproximadamente le haga justicia.

Bien, cuando recibí su carta quise mandar a buscar a algunos monjes, en especial los que estuvieron unidos con él más estrechamente. Así yo habría aprendido detalles adicionales y podría haber enviado un relato completo. Por el tiempo de navegación ya pasó y el hombre del correo se está poniendo impaciente. Por eso me apresuro a escribir lo que yo mismo ya sé –porque lo vi con frecuencia–, y lo que pude aprender del que fue su compañero por un largo período y vertía agua de sus manos. Del comienzo al fin he considerado escrupulosamente la verdad: no quiero que nadie rehuse creer porque lo que haya oído le parezca excesivo, ni que mire en menos a hombre tan santo porque lo que haya sabido no le parezca suficiente.

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