por Gilbert K. Chesterton
Tomado de La Editorial Virtual
VIII – El Complemento a Santo Tomás
on frecuencia se dice que Santo Tomás, a diferencia de San Francisco, no permitió en su obra el indescriptible elemento de la poesía. Como, por ejemplo, que hay escasas referencias a cualquier placer en las flores y frutos reales de las cosas naturales, frente a cualquier cantidad de preocupación respecto de las raíces enterradas de la naturaleza. Y sin embargo, confieso que, leyendo su filosofía, he tenido una impresión, muy peculiar y poderosa, análoga a poesía. De un modo bastante curioso, de alguna forma es más análoga a la pintura y recuerda mucho la impresión que producen los mejores pintores modernos cuando arrojan una extraña y casi cruda luz sobre objetos austeros y rectangulares, o cuando parecen estar tanteando más que tratando de asir los pilares mismos de la mente subconsciente. Probablemente esto es porque en su obra hay una cualidad que es primitiva – en el mejor sentido de una palabra muy mal utilizada – pero, de cualquier manera que sea, el placer, definitivamente, no es sólo de la razón sino también de la imaginación.
Quizás la impresión está relacionada con el hecho que los pintores trabajan con cosas reales y sin palabras. Un artista dibuja bastante seriamente las grandes curvas de un cerdo porque no está pensando en la palabra “cerdo”. No hay ningún pensador que esté tan inconfundiblemente pensando acerca de cosas sin dejarse engañar por la influencia indirecta de las palabras como Santo Tomás de Aquino. Es cierto que, en ese sentido, no posee la ventaja de las palabras en un grado mayor que la desventaja de las palabras. En esto se diferencia nítidamente de, por ejemplo, San Agustín que fue, entre otras cosas, un ingenioso. También fue una especie de poeta en prosa, con un poder sobre las palabras en su aspecto emocional y ambiental, de tal modo que sus libros abundan en hermosos pasajes que resuenan en la memoria como compases de música; como el illi in vos saeviant; o bien la inolvidable exclamación. “¡Tarde te he amado, oh antigua belleza!” Es cierto que hay poco y nada de esta clase en Santo Tomás; pero si bien careció de la utilización más elevada de la pura magia de las palabras, también estuvo libre de su abuso, como el de los artistas meramente sentimentales o egocéntricos que pueden volverse tan sólo enfermizos y adeptos a una magia negra, por cierto. Y en verdad, es a través de alguna de estas comparaciones con el intelectual puramente introspectivo que podemos hallar una pista acerca de la real naturaleza de la cosa que describo, o más bien fracaso en describir. Me refiero a la poesía elemental y primitiva que brilla a través de todos sus pensamientos; y especialmente a través del pensamiento con el cual comienza todo su pensar. Es la intensa exactitud de su sentido de la relación que existe entre la mente y la cosa real fuera de la mente.
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