por el Dr. Aníbal D´Angelo Rodríguez
tomado del Blog de Cabildo
n varias ocasiones hemos traído al señor Umberto Eco a nuestro sillón y le hemos hecho barba y bigote para delicia de nuestros lectores. Así demostramos, por ejemplo, que escribía sobre la lujuria sin saber qué era. Hace un tiempo escribió en “La Nación” un artículo que tituló “Cuando lo feo es hermoso” en el que hizo una ensalada rusa (a la italiana) mezclando conceptos con el desparpajo de un argentino.
Comenzó hablando de Hegel, quien habría escrito que fue el cristianismo el que introdujo “el dolor y la fealdad” en el arte, con sus Cristos sangrantes y sus Santos torturados. Error, dijo Eco, ya en el arte clásico había infinidad de rostros terribles y de escenas escalofriantes. Pero ya comenzó a meter la pata porque metió muy alegremente en el mismo saco a dos cosas por completo diferentes.
Este desprejuiciado escritorzuelo italiano no entiende que puede haber dolor muy bellamente representado y que el dolor forma parte de las experiencias elementales del hombre y de las experiencias que el sabio hace positivas. Bueno, se podrá objetar, pero también la fealdad forma parte de nuestras experiencias. Claro, pero es antagónica con el arte, que es belleza y que sólo puede apropiarse de la fealdad si la embellece. Y entonces deja de ser fealdad.
El problema del arte actual es, justamente, que pretende hacer arte con lo feo, sin transformación ni sublimación alguna. Es el culto de lo feo por ser feo. Según Eco, el actual afán por la fealdad (el dolor se perdió en el camino) proviene de una elección “de lo que en siglos pasados habría sido considerado horrible” o —en otros casos— “la fealdad es elegida como el modelo de una nueva belleza”. Lo cual sucede porque “en la posmodernidad toda oposición entre belleza y fealdad se ha disuelto” principio que apenas enunciado es puesto en duda por el mismo Eco. Con un párrafo final en el que la pluma se le ha escapado de las manos y escribe sola: Tal vez todas esas manifestaciones de horror y fealdad “sean expresiones superficiales exhibidas en los medios de comunicación de masas”, porque “de esa manera exorcizamos una fealdad mucho más profunda que nos asalta y nos asusta, algo que desesperadamente deseamos ignorar”.
Sí, querido: un adarme de verdad. En efecto, el arte moderno es feo porque el mundo moderno es feo, de una fealdad de fondo que no puede sino ser resultado de su maldad.
Comenzó hablando de Hegel, quien habría escrito que fue el cristianismo el que introdujo “el dolor y la fealdad” en el arte, con sus Cristos sangrantes y sus Santos torturados. Error, dijo Eco, ya en el arte clásico había infinidad de rostros terribles y de escenas escalofriantes. Pero ya comenzó a meter la pata porque metió muy alegremente en el mismo saco a dos cosas por completo diferentes.
Este desprejuiciado escritorzuelo italiano no entiende que puede haber dolor muy bellamente representado y que el dolor forma parte de las experiencias elementales del hombre y de las experiencias que el sabio hace positivas. Bueno, se podrá objetar, pero también la fealdad forma parte de nuestras experiencias. Claro, pero es antagónica con el arte, que es belleza y que sólo puede apropiarse de la fealdad si la embellece. Y entonces deja de ser fealdad.
El problema del arte actual es, justamente, que pretende hacer arte con lo feo, sin transformación ni sublimación alguna. Es el culto de lo feo por ser feo. Según Eco, el actual afán por la fealdad (el dolor se perdió en el camino) proviene de una elección “de lo que en siglos pasados habría sido considerado horrible” o —en otros casos— “la fealdad es elegida como el modelo de una nueva belleza”. Lo cual sucede porque “en la posmodernidad toda oposición entre belleza y fealdad se ha disuelto” principio que apenas enunciado es puesto en duda por el mismo Eco. Con un párrafo final en el que la pluma se le ha escapado de las manos y escribe sola: Tal vez todas esas manifestaciones de horror y fealdad “sean expresiones superficiales exhibidas en los medios de comunicación de masas”, porque “de esa manera exorcizamos una fealdad mucho más profunda que nos asalta y nos asusta, algo que desesperadamente deseamos ignorar”.
Sí, querido: un adarme de verdad. En efecto, el arte moderno es feo porque el mundo moderno es feo, de una fealdad de fondo que no puede sino ser resultado de su maldad.
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