por Juan Manuel de Prada
Tomado de ABC
N toda revolución, lo primero que ha hecho siempre el pueblo ha sido asaltar las vallas de los cotos y, en nombre de la justicia social, perseguir la liebre o la perdiz», dejó escrito Ortega. Y Agustín de Foxá, en Madrid de Corte a checa, retrata al rey Alfonso XIII disparando a los pichones, mientras la «capital hostil» ya conspira contra él en cafés, bares, ateneos y tertulias. Esta lección la tiene bien aprendida la izquierda, que nunca ha privado al personal de sus desahogos cinegéticos, para que no se le revuelva mientras gobierna (esto es, mientras desgobierna). Pero como disparar contra liebres y pichones es, al fin, caza menor, que deja un regusto de pobretería, la izquierda se las ingenia para que el personal pueda entretenerse abatiendo piezas de caza mayor, que es lo que demanda una democracia fetén. Y, como matar ciervos y cabras montesas sólo está al alcance de los muy ricos (y de los que participan de gorra en las monterías, invitados por los muy ricos), la izquierda pone a disposición del personal otras especies venatorias más baratas que lo mantengan entretenido. Y aquí el catálogo cinegético que la izquierda despliega es de lo más profuso y variado: a veces son los curas, a veces los judíos, a veces los chivos expiatorios del PP, a veces los niños nonatos; y, si el peligro de revolución es acuciante -que ocurre cuando se vislumbran los cuatro millones de parados-, se sueltan en mogollón todas las especies venatorias, para que el personal pueda emplearse a gusto, dándole al gatillo, en un ejercicio de pimpampum grotesco en el que hasta el más inútil puede llevarse a casa su pieza.
Y así, engolfado en el «hecho cinegético» -el ministro Bermejo dixit-, el personal aparca sus preocupaciones, mientras la izquierda se dedica a fabricar parados a mansalva, que es el modo más inequívocamente izquierdista de lograr una sociedad igualitaria. Para orquestar estas campañas cinegéticas la izquierda cuenta con el concurso de la prensa adicta, que entra al trapo como aquel becerrillo Idílico indultado por José Tomás, distrayendo al personal de sus trapisondas. Al Papa, por ejemplo, la prensa adicta le monta un aquelarre porque un obispo lefevriano ha reducido las dimensiones del Holocausto; y, mientras tanto, la izquierda puede afirmar risueñamente que la última campaña lanzada por el ejército israelí es un nuevo Holocausto, que como mínimo es una reducción mucho más alevosa que la del obispo lefevriano. Pero el personal se pone a disparar alborozado contra Benedicto XVI, a quien si algo distingue es su reverencia por el judaísmo; y hasta los judíos caen en la trampa, inconscientes de que el Holocausto se ha convertido en la coartada exculpatoria que la izquierda enarbola, a guisa de pelele en el que no cree (o sólo cree farisaicamente), para poder lanzar con impunidad sus proclamas antisemitas. Y así la izquierda procura al personal dos especies venatorias suculentas, la Iglesia católica y el estado de Israel -¡dos pájaros de un tiro!-, mientras puede dedicarse más cómodamente a lo suyo, que es fabricar parados como un descosido.
Y como en lo suyo la izquierda funciona como una máquina perfectamente engrasada, el personal, cada vez más desocupado, necesita para no exasperarse que le pongan a huevo las piezas, como a Fernando VII le ponían las bolas de billar. En este suministro de especies venatorias los chivos expiatorios del PP proporcionan un recambio semanal a la prensa adicta, que cuando denuncia corruptelas siempre mira al mismo lado porque padece tortícolis. Y, entretanto, las trituradoras de los abortorios calientan motores, dispuestas a saltar la valla de los cotos y a convertir el «hecho cinegético» en una escabechina. Todo sea en nombre de la justicia social.
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