«Luz apacible»
ste programa de su vida, Santo Tomás lo vivió con serenidad y humildad. Louis de Wohl la caracteriza como «luz apacible», en su espléndida biografía novelada La luz apacible. Novela sobre Sto. Tomás de Aquino y su tiempo. Al final de la obra, uno de los personajes, recordando palabras del Padre Abad de Fossanova, piensa que
«"su mayor logro ha sido que ha convertido la filosofía en un arma poderosa al servicio de Cristo. No sólo ha conseguido hacer una feliz síntesis del pensamiento cristiano y la filosofía aristotélica, sino que ha logrado también infundir a la misma filosofía el soplo del Santo Espíritu"... Filósofo, teólogo, metafísico... ¡Con tal que no se olvidasen del hombre!... Porque Tomás había sido el hombre más amable, más gentil, más digno de ser amado que había conocido» (Wohl, 1983, 375).
Santo Tomás, que había nacido a principios de 1225 en el castillo de Rocaseca, conoció la Orden de Predicadores, en Nápoles, durante su primera estancia de 1239 a 1243, después de haber permanecido nueve años en la abadía de Montecasino. Sus padres, Landolfo y Teodora, le habían trasladado del castillo de Rocaseca, cerca de Aquino -hoy en día prácticamente en ruinas, pero que será restaurado, por haber sido su lugar del nacimiento-, a la abadía de los benedictinos, cuando contaba tan sólo cinco años de edad.
Uno de los primeros biógrafos de Santo Tomás, Guillermo de Tocco en su Historia beati Thomæ, refiere «una visión de doña Teodora cuando concibió a Tomás, calcada sobre la Anunciación de Jesús a su Madre María. "Estando en Rocaseca, en los confines de la Campania, vino a ella en espíritu fray Bueno (que era mejor en vida y religiosidad), un anacoreta, con fama de santo, que había estado con otros muchos en el territorio de Rocaseca, y le dijo: 'Alégrate, Señora, porque el hijo que llevas en tu seno se llamará Tomás. Tú y tu marido pensáis hacerlo monje en el monasterio de Montecasino, en el que descansa el cuerpo de san Benito, con la esperanza de llegar a los grandes réditos del monasterio, mediante su promoción a la máxima prelatura. Pero Dios ha dispuesto sobre él otra cosa: que sea fraile de la Orden de Predicadores, y obtendrá tal claridad en la ciencia y en la santidad de vida, que en todo el mundo de su tiempo no se encuentre a nadie como él'. A lo que respondió la señora: 'No soy digna de tener tal hijo; haga Dios según el beneplácito de su voluntad' " (...) Demasiado parecido a la Anunciación. Es probable que sea sólo leyenda» (Forcada, 1993, 16-17).
No parece leyenda, en cambio, otra noticia sobre la infancia del Aquinate:
«Los primitivos biógrafos y algunos de los testigos del Proceso de canonización relatan un hecho encantador, que tiene un sabor muy significativo para sus mentalidades. Siendo el niño todavía lactante, su madre, con otras señoras, fue a los baños de Nápoles y llevó consigo al niño con la nodriza. Ésta sentó a Tomás para bañarlo y él, alargando la mano, porque todavía no andaba, agarró fuertemente un pequeño trozo de pergamino. Queriendo abrirle la mano para desnudarlo, el niño comenzó a gritar, llorando. Compadecida la nodriza lo baño con la mano cerrada, lo secó, lo vistió y se lo llevó a su madre. Dona Teodora le abrió la mano, por más que el niño lloraba, le quitó el pergamino, en el que estaba escrita la salutación angélica: "Ave María". Desde entonces, cuantas veces lloraba, la nodriza no podía hacerlo callar sino dándole el escrito, que el niño inmediatamente se llevaba a la boca» (Forcada, 1993, 20-21).
También «los biógrafos anotan su prodigiosa memoria, la brillantez de su inteligencia y su inquietud por conocer a Dios, que se manifestaba en la pregunta que le hacía frecuentemente a su maestro: ¿Qué cosa es Dios?» (Ib. 23).
El Papa Gregorio IX había excomulgado al emperador Federico II, persona muy extraña y complicada, que había heredado el reino de Sicilia y que se estaba apoderando de los Estados Pontificios. El emperador ocupó la abadía por la fuerza y expulsó a los monjes. Santo Tomás, testigo de estos hechos, por consejo del abad, fue enviado por su familia, que estaba al lado del emperador, a la Facultad de Artes de la Universidad napolitana, fundada catorce años antes por el mismo emperador.
Allí pudo conocer a los dominicos del convento de Santo Domenico Magiore. A principios de 1244, un año después de la muerte de su padre, pidió la admisión al prior de este convento dominicano, dado que la Orden de Santo Domingo colmaba sus deseos de estudio y de vida religiosa, como refleja muy bien su «Principio».
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