por Juan Manuel de Prada
Tomado de ABC
OS voceros del Mátrix progre han reaccionado como la niña del exorcista ante unas declaraciones de la nueva presidenta del parlamento vasco, Arantza Quiroga, en las que se atreve a formular sin ambages su defensa de la vida desde la concepción y su acuerdo con las declaraciones recientes del Papa que solicitaban una humanización de la sexualidad. Pero la frase de Arantza Quiroga que más pataletas ha causado en el Mátrix progre es aquella en la que, sin juzgar lo que cada quisque haga con su vida, afirma: «Yo nunca usaría el preservativo». Lo cual, considerando que Arantza Quiroga es una mujer casada, significa algo tan simple como que aboga por la fidelidad conyugal; pero algo tan simple como abogar por la fidelidad conyugal constituye, por lo que se ve, un pecado gravísimo en el Mátrix progre, que se ha apresurado a calificar a Arantza Quiroga de ultraconservadora, ultracatólica y no sé cuántas soplapolleces más.
Arantza Quiroga reclama que se respete su opción de vida, como ella respeta otras formas de vida, sin que se la moteje de friqui. Arantza Quiroga encarna una opción de vida que, en efecto, el Mátrix progre escarnece y denigra incansablemente, señalando a las personas que la practican como peligrosos subversivos. ¿Y por qué lo hace, si a fin de cuentas esa opción de vida constituye una elección personal que no anhela imponerse sobre otras? Por una sencilla razón: el Mátrix progre persigue la virtud, pues sabe bien que la virtud es una formidable coraza contra su dominio; pero a la vez que la persigue la envidia, porque, en su fuero íntimo, las personas sin valores codician los valores que no alcanzan, como la zorra de la fábula codicia el racimo de uvas. Pero como esos valores le resultan inalcanzables, el Mátrix progre empieza por desdeñarlos rencorosamente, como hace la zorra de la fábula, convenciéndose de que las uvas están agraces. Más tarde, el Mátrix progre odia esos valores, los odia con minuciosidad y encono, y finalmente trata de invertirlos, retratando caricaturescamente a las personas virtuosas como seres repelentes o hipócritas.
Una prueba de este proceso mental -ampliamente estudiado por la psicología-, que hunde sus raíces en el resentimiento más infame y cochambroso nos la ofrecía la semana pasada el gran estadista Pepiño Blanco, cuando afirmaba que las personas que encabezaban la manifestación contra el aborto son las mismas que luego abortan de tapadillo. Como el gran estadista Pepiño Blanco es incapaz de alcanzar el bien que movía a las personas que se manifestaban contra el aborto, necesita rencorosamente ensuciar ese bien, inalcanzable para él, e invertirlo, echando mano si es necesario de la infamia más burda y rastrera. Y una explicación psicológica semejante requiere la furiosa reacción del Mátrix progre ante las declaraciones de Arantza Quiroga. Nada consuela tanto al Mátrix progre como respirar una atmósfera donde la gente chapotea en los lodazales de la corrupción, convertida en piara; una atmósfera donde hasta las personas nobles se avergüenzan de su nobleza. Y nada le subleva tanto al Mátrix progre como una persona noble que desafía ese mandato de silencio, proclamando sin ambages su opción de vida.
Arantza Quiroga ha tenido valor para desafiar ese mandato de silencio. Y, para más inri, es inteligente, desenvuelta y hermosa: no concuerda con ese arquetipo de friqui lerdo, reprimido y más feo que Picio que el Mátrix progre ha impuesto caricaturescamente para caracterizar a las personas nobles. Auguro que Arantza Quiroga será perseguida con minuciosidad y encono por el Mátrix progre; pero también auguro que se convertirá en un espejo gozoso para muchas personas huérfanas de un modelo de nobleza. Zorionak, Arantza!
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