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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

11 de abril de 2009

La Enciclopedia en la Historia (1)



por el Dr. Aníbal D´Angelo Rodríguez


Tomado de La Enciclopedia y el Enciclopedismo
Ediciones OIKOS, Buenos Aires, 1983






La "Enciclopedia o Diccionario razonado de las ciencias, de las artes y de los oficios" representa, por una parte, la continuidad de ciertos hábitos intelectuales de Occidente, por otra, la culminación de un proceso iniciado cuatro siglos antes y, por último, el tránsito a una época nueva signada por el predominio de una cosmovisión antropocéntrica. Sólo partiendo de esta triple perspectiva histórica puede entenderse su decisiva importancia.

La historia de un libro

l 28 de junio de 1751 debió ser un día de intenso trabajo en la Imprenta de M. Le Bretón, "Imprimeur ordinaire du roy". En su establecimiento de la rué dé la Harpe se terminaba de imprimir un inmenso volumen en cuya portada, a la moda del siglo, se leía un largo título: Enciclopedia o Diccionario razonado de las ciencias, de las artes y de los oficios, aclarándose a continuación que lo había redactado "une société de gens de lettre". Y para mayor precisión, la portada añadía que la obra había sido "puesta en orden y publicada por M. Diderot, de la Academia Real de Ciencias y Literatura de Prusia", salvo en cuanto a la parte matemática, confiada a los cuidados del señor D'Alembert, el cual le ganaba a su socio, pues era miembro de dos academias: la de Ciencias de París y la Sociedad Real de Londres. No era poca cosa la aventura que con tal volumen se emprendía. Desde el punto de vista tecnológico, estaba justo en los límites de las posibilidades de la era preindustrial. Los cuatro impresores comprometidos (Briasson, David y Durand, además del Le Bretón mencionado) debieron apelar a la última palabra del arte de entintar papel: unos cilindros llamados "hollanders", que simplificaban las técnicas artesanales de la época (1).

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