por Ismael Medina
Tomado de Vistazo a la prensa
eo que Barak Obama, el nuevo gurú que prometió sacar al mundo del atolladero de la actual recesión, apela a la honestidad de los dirigentes financieros y empresariales para escapar de la catástrofe. Les acusa de que sus abusos y codicia están en el origen de la crisis. Pero al propio tiempo respalda el aborto, la manipulación de embriones, la eutanasia y otras prácticas criminales que vulneran el orden natural e incluso principios éticos que en un tiempo defendieron algunos sectores laicistas menos exaltados o condicionados a los de ahora. Rodríguez, que se apunta a un bombardeo para ocultar su insondable vaciedad, toma prestadas las ideas ajenas que coyunturalmente le convienen, en este caso las del gurú Obama, para imaginar y hacernos creer que pisa fuerte en el G-20 y que lleva consigo la panacea para salvar al mundo de la hecatombe. Los argumentos que despliega en la página web de apoyo al camelo del Plan E son un burdo reflejo de los esgrimidos por Obama, con algún aliño de los defendidos por Sarkozy y Angela Merkel. Subido al poste del tancredismo, como la tortuga del chiste que circula por Internet, Rodríguez alardeaba de que “la cumbre (de Londres) marcará una nueva etapa” y confíaba en establecer un nuevo orden económico internacional mas justo, el cual garantizaría un sistema financiero “transparente, seguro, eficaz y fiable, capaz de erradicar los “incentivos” que han provocado los abusos y la codicia en el mundo financiero internacional. ¿Y en el nacional”. Rodríguez lo omitía, aferrado como está a la coartada de que nuestros males nos vienen de fuera y de que España es un oasis de seguridad financiera en el desierto internacional barrido por las tormentas de arena. Repite Rodríguez como un papagayo la retórica de Obama, se esfuerza por imitar sus recetas, se desentiende de la peculiar realidad interior y esconde que los abusos y la codicia, desembocados en una generalizada y devastadora corrupción, no provienen sólo de la especulación financiera y económica del gran capital, sino de su amparo por el poder político a cuyo frente lleva cinco años “por accidente” del que es prisionero y debe pagar.
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