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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

5 de abril de 2009

Hombres sin esperanza




por Juan Manuel de Prada
Tomado de ABC



n el prólogo de Divina economía, un libro altamente recomendable del teólogo metodista Stephen Long publicado por la editorial Nuevo Inicio, el arzobispo de Granada Francisco Javier Martínez propone algunas reflexiones muy agudas que explican la causa profunda del ocaso del pensamiento católico y, en general, del proceso de secularización interna de la Iglesia. Esta causa no es otra que la aceptación de un dualismo que divide la realidad en dos planos, uno natural y otro sobrenatural. La aceptación de este dualismo, que es una capitulación gravísima de la fe, fue condenada por Santo Tomás, en su polémica con Siger de Brabante, quien afirmó que existen dos verdades contrapuestas (la verdad sobre el mundo sobrenatural y la verdad sobre el mundo natural) y que nuestra cabeza puede dividirse en dos; de tal modo que, con una parte de la cabeza, el hombre puede creer a pies juntillas en la intervención de lo sobrenatural y con otra descreer absolutamente. O, expresado de forma más expeditiva, que un creyente puede hacer profesión de fe y, a la vez, adentrarse en el conocimiento de la realidad prescindiendo de esa fe.
La aceptación de este dualismo se hace hoy dolorosamente presente en la incapacidad de los católicos para formular un juicio teológico sobre la crisis económica. Pues, como afirma Francisco Javier Martínez, «aun cuando muchos cristianos hacen juicios sobre ella, los hacen con frecuencia desde las propias categorías que han dado lugar a la economía moderna, es decir, desde dentro de ella, sin examinar suficientemente los presupuestos antropológicos o, más precisamente, teológicos que la hacen posible en primer lugar. Esos presupuestos son la causa principal de su fracaso humano. La economía moderna no promueve ni logra una humanidad mejor. En ese sentido, la economía moderna ha sido y sigue siendo un disfraz de Moloch, el ídolo al que se sacrificaban, y se siguen sacrificando hoy dulcemente, alegremente, pasivamente, consentidamente, millones de vidas humanas». En el origen de este dualismo subyacen causas de naturaleza exógena (el liberalismo considera que las incursiones teológicas en la economía son residuos irracionales), pero también endógena. Y entre estas últimas habría que mencionar, en primer lugar, que la Iglesia católica está renunciando, en su predicación y catequesis, al horizonte escatológico; y, despojada de ese horizonte, la fe que transmite se está convirtiendo paulatinamente en un aguachirle moralista que convierte a los católicos en hombres sin esperanza.
Esta renuncia al horizonte escatológico impide a los católicos penetrar la verdadera naturaleza de la tribulación que hoy estamos sufriendo. Y no me refiero tan sólo a la crisis económica, sino a otros acontecimientos de naturaleza aún más oscura (ahí tenemos, por ejemplo, el rampante furor abortista, otro Moloch en cuyo altar se sacrifican millones de vidas) que están demandando una explicación unitaria de índole sobrenatural. He escuchado a muchos católicos pánfilos calificar tales acontecimientos oscuros como «cortinas de humo»; en donde se demuestra que la gangrena del dualismo no sólo impide el ejercicio intelectivo, sino que incluso atrofia el sentido del olfato, porque esas pretendidas cortinas de humo hieden a azufre. Para combatir este dualismo es precisa una conversión, una metanoia, que literalmente significa «cambio de mente». O los católicos vuelven a ensamblar su cabeza, pensando profundamente la verdad unitaria de las cosas, o no podrán hallar una solución esperanzada a la turbia realidad que se nos viene encima. Pero para eso hay que empezar a hacer luz, disolviendo la gran fábrica de humo del dualismo, que nos ha encadenado a una realidad sin horizonte escatológico.

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