s Primavera, y, sobre la alta serranía, Nazaret abre su caserío blanco, como lirio enorme, a la tierna caricia del sol. Caen las aguas de nieve, con juvenil travesura, entre las quebradas del monte. Los almendros apuntan estremecidos sus yemas, y se percibe un murmullo caliente cuando rompen, con ímpetu, a la vida. Un perfume antiguo de hornos se mezcla a la liturgia del incienso y cubre los sembrados como una bendición anticipada. ¿Quién oyó el cantar de las tórtolas, entre las dos luces tranquilas de la sobretarde? Pues parece que el rey Salomón, turbado de muchos amores, suspira, escondido entre el verde fresco de los jardines, su llamada impaciente: "Ya pasó el invierno, amada mía. Ven, mi paloma, que anidaste sobre las piedras, ven". Y de la corola opulenta de ese lirio nazaretano salta la Doncella María, como un prodigio de hermosura. Hay, en el aire de oro, un reguero de palabras del Buen Dios, y la brisa pequeña simula aún el roce inocente de las alas del arcángel. Ya fue la Encarnación. Con la docilidad sencilla de una esclava creyó el fausto Mensaje. Y en el otro lirio celeste y cerrado —el seno de la siempre Virgen— se hace carne la deidad del Verbo. Pero aquel signo increíble de la prima Isabel, fértil y anciana, le empuja, con su cosquilleo femenino y curioso, hacia Ain Karim, mientras las augustas modulaciones del Magnificat se asoman a la ternura del labio. Todo su camino trasciende a un profundo misterio. Atraviesa la llanada de Esdrelón, ahora exuberante y pacífica; pero en estos mismos campos Israel cortó los laureles de sus grandes victorias y la cizaña negra de sus declinaciones. Y parece que las sombras del crepúsculo reaniman, en la soledad de sus sepulcros, a todos los viejos caudillos, que alzan sus trofeos y sus laudes al paso de la Virgen de la Promesa. Sube alegre las montañas de Samaria y percibe aún los ecos de aquellos pactos que hizo Yahvé con los patriarcas, y el recuerdo de anchas bendiciones. Y, al fin, la Judea la recibe en la solemne liturgia de su sacerdocio, y convoca a todos los profetas muertos para que se gocen en los días de la plenitud, cuando los montes destilen pura miel y se hermanen el cordero con el lobo. ¡Toda la historia del Pueblo de Dios se asoma para verla pasar, y la acompaña, cantando un salterio de amorosa bienvenida!
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