Por el R.P. Juan Croisset, S.J.
an Primo y su hermano San Feliciano fueron romanos, de una familia muy visible por sus grandes bienes y riquezas. Nacieron y fueron criados en las supersticiones de la idolatría; pero, abriéndoles los ojos la gracia de Dios, conocieron su falsedad, y detestaron sus extravagancias. Tuvieron la dicha de convertirse por el celo del Papa San Félix I; y fortaleciéndose su fe durante el tiempo de muchas persecuciones, se ocultaron á la crueldad de algunos emperadores gentiles, por socorrer con sus crecidas limosnas á gran número de cristianos.
No es fácil decir el celo é intrepidez con que alentaban á los santos confesores y mártires, acompañándolos hasta el mismo suplicio. Todos sus bienes eran de los pobres; pasaban los días y las noches con los gloriosos confesores de Jesucristo en los calabozos; animaban á unos, fortalecían á otros en la fe, y hacían mucho bien á todos. Parecía que el furor de los gentiles respetaba á aquellos dos héroes cristianos; pues en medio de una, declaración tan pública y tan ruidosa de su fe, durante el fuego de la más cruel persecución, los dejaban entera libertad para asistir y consolar á los fieles en la capital del paganismo, y á vista de los más mortales enemigos del nombre cristiano.
Pero al fin quiso el Señor premiar tan heroica caridad con el triunfo de su fe, y coronar sus trabajos con la gloria del martirio. Hacia el año de 286 asoció Diocleciano en el imperio á Maximiano Hercúleo, y se comenzó á declarar la guerra contra todos los cristianos.
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