La primera de las toscas gacetillas la firma una dama, Silvina Friera, quien inesperadamente me elogia llamándome “célebre por impulsar protestas contra la muestra de León Ferrari en Recoleta” y “director de la revista nazi Cabildo”. Mientras se sobresalta porque el blog Santa Iglesia Militante –uno de los tantísimos sitios que recogió mi refutación al agravio de Andahazi- utiliza un “subtitulado de manera tremebunda con el leimotiv ‘peregrinos en combate’”.
En efecto, Silvina. Como todo católico coherente impulsé e impulsaré protestas contra quienes se autoproclaman blasfemos y agresores de la Fe que profeso; y Cabildo es tan “nazi” como Página 12 podría ser staliniana, moscovita o maoísta. Existiendo el derecho a la opción ideológica, no rectificaré aquí la que imbécilmente se me endilga, porque sería perder el tiempo y la dignidad, según no periclitada afirmación de Anzoátegui. En cuanto a la tremebundez de proclamarse peregrinos y en combate, no debería resultarle tal a quien coopera en un medio consagrado a la apología constante de quienes también han elegido la batalla, no ciertamente con el místico sayo de peregrinos sino con el sangriento uniforme de los partisanos marxistas.
Como se advierte, aquí empieza y termina toda la respuesta de la Friera a mis refutaciones históricas: en la nada.
La segunda gacetilla es aún de menor monta, si cabe, y lo tiene al mismo Andahazi por desopilante vocero. “Agitando un puñado de páginas impresas tituladas El porno-cipayismo de Federico Andahazi, escritas por Antonio Caponnetto”, dice el interesado: “Este panfleto es una suerte de desagravio a Rosas con argumentos en los que ni siquiera discuten con el progresismo o con la revolución francesa. Estos tipos son medievales, proclaman Tierra Santa ni judía ni musulmana; ésa es la discusión que sostienen. Antonio Caponnetto, que firma este panfleto, es el mismo que organizó los destrozos a la muestra de León Ferrari”.
Así anda Andahazi; pifiándole a la sintaxis, a la lógica y al derecho positivo vigente.
Si a lo primero, porque enredando los sujetos, ora en singular, ora en plural,entremezcla también los verbos, sin atinarse a saber si se refiere a mi persona o a las de quienes perteneceríamos a la misma especie. Maravillas idiomáticas de esta pluma meteca, como he dado en llamarla.
De la lógica todo ha sido violado, cayéndose en el terreno de los más pueriles sofismas. En la ignorantia elenchi o cambio de asunto, por lo pronto. Pues nunca se entenderá qué tiene que ver la prolija refutación que he hecho de la canallesca comparanza Rosas-Fritzl con la proclamación de Tierra Santa o la discusión con la Revolución Francesa. Huérfano de cualquier posibilidad de rebatir las razones, los criterios, las citas bibliográficas, los documentos y concretos datos que le he ofrecido en mi réplica; impotente ante el peso de los hechos incontrastables, nuestro módico Drácula nativo opta por fugarse de la cuestión central. Truco viejo y vil, acompañado de otra argucia de manual: lafalacia ad hominem sumada a la llamada ad metum. En virtud de ambas, ya no es el punto en debate el que se analiza –en este caso, insisto, la comparación afrentosa entre Rosas y Fritzl- sino el adversario el que se descalifica, y el temor a su persona e ideas el que se agita como una sombra.
¡Cuidado con los medievalistas que no quieren discutir con el progresismo!, parece decirnos Andahazi. Mientras rehuye discutir con quien le ha probado sus yerros, y mientras brutalmente ignora que el medioevo y ladisputatio son sinónimos.
Sin propiedad lingüística ni lógica arguyente, el proctólogo de la historiografía patria trasgrede asimismo el Código Penal, incurriendo en la vulgar calumnia, toda vez que irresponsablemente me declara el “organizador de los destrozos a la muestra de León Ferrari”. Exabruptalmente, con la misma mistificación temporo-espacial, conceptual y moral con que elabora sus libros.
Andahazi anda así por la vida, por la historia y por las letras. Sin ciencia, sin valentía, sin logicidad y sin ética.
El héroe al que intenta ensuciar con su mirada torva y gibosa –en una mostrenca reedición del fantasma de Tersites- andaba señorialmente ecuestre, varonilmente soberano, enarbolando estrellas federales y clavando cadenas en los ríos argentinos para impedir el atropello de la extranjería invasora.
El que así andaba mereció como tributo el sable corvo del General San Martín. El andahazi, el teclado gorrino de una ignorante escriba bolchevique.
Porque no es ni puede ser lo mismo protagonizar y percibir la historia como nostalgia de Dios, al buen decir de Van der Meer; que sólo encararla y olerla, según lo estampara Augier, como nostalgia de la porquería.
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