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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

3 de junio de 2009

El Pequeño mundo de Don Camilo (22)


por Giovanni Guareschi


Materia bruta







ACÍA una semana que don Camilo andaba en permanente agitación, corriendo atareado a diestra y siniestra y olvidándose hasta de comer. Una tarde, regresando del pueblo vecino, apenas llegado al suyo, debió descender de la bicicleta porque algunos hombres estaban cavando una zanja nuevecita que cruzaba la carretera.

–Ponemos una cañería para un nuevo desagüe – explicó un obrero. – Orden del alcalde.Don Camilo se encaminó derecho a la Municipalidad, donde, enojado, le espetó a Peppone esta andanada:

–¡Aquí todos nos volvemos locos! ¿Precisamente ahora se ponen a cavar esa porquería de zanja? ¿No saben que hoy es viernes?

–¿Y con eso? – contestó Peppone, haciéndose el sorprendido. – ¿Está prohibido cavar una zanja en viernes?

Don Camilo rugió:

–¿Pero no comprendes que apenas faltan dos días para el domingo?

Peppone se mostró preocupado. Tocó un timbre y apareció el Brusco.

–Oye – lo interpeló Peppone. – El reverendo dice que como hoy es viernes no faltan más que dos días para el domingo. ¿Qué te parece?

El Brusco tomó seriamente en consideración el asunto, sacó el lápiz y se puso a echar cuentas en un papel.

–Efectivamente, – dijo luego – teniendo presente que son las cuatro de la tarde y que de aquí a medianoche hay ocho horas, para llegar al domingo faltan solamente treinta y dos.

Don Camilo había seguido esta farsa echando espuma y finalmente perdió la paciencia.

–He comprendido – gritó. – ¡Es una maniobra estudiada para boicotear la visita del obispo!

–Reverendo – preguntó Peppone, – ¿qué tiene que ver el canal de la cloaca con la visita del obispo? Además, y discúlpeme, ¿quién es este obispo? ¿Y a qué viene?

–¡A llevarse al infierno tu alma condenada! – gritó don Camilo. – Es preciso cerrar enseguida la zanja, que de otro modo el obispo el domingo no podrá pasar.

Peppone puso cara de zonzo.

–¿No podrá pasar? ¿Y cómo pasó usted? Si no me equivoco, sobre la zanja hay una buena pasarela.

–¡Pero el obispo viene en automóvil! – exclamó don Camilo. – ¡No se puede hacer descender del coche al obispo!

–Disculpe, no sabía que los obispos no pudiesen caminar a pie – replicó Peppone. – Si eso es así, la cuestión cambia de aspecto. Brusco, telefonea a la ciudad y pide que manden sin demora una grúa. La tendremos junto a la zanja y cuando llegue el automóvil del obispo, lo levantamos con la grúa y lo transportamos del otro lado. ¿Entendido?

–Entendido, jefe. ¿De qué color desea la grúa?

–Que sea niquelada o cromada; lucirá mejor.

En circunstancias como ésta, aun quien no hubiese tenido los puños blindados de don Camilo hubiera empezado a repartir bofetadas. Pero precisamente en casos como éste don Camilo en cambio tenía la virtud de recobrar inmediatamente la calma. Porque entonces su razonamiento era de una sencillez formidable "Si éste me provoca tan desfachatadamente, tan sin disimulo, significa que espera mi reacción. Luego, si yo le doy un puñetazo en la cara le presto un servicio. En efecto, aquí pegaría, no a un Peppone sino a un alcalde en funciones y esto produciría un escándalo mayúsculo, creándome una atmósfera hostil a mí y por consiguiente al obispo".
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