por el Dr. Antonio Caponetto
Tomado de Cabildo
Amigos:
acia fines de abril —tal vez lo recuerden— escribí e hice circular, desde el blog de Cabildo, una nota titulada: “Desagravio a Rosas. El porno-cipayismo de Federico Andahazi”.
La misma tuvo una difusión inhabitual, y varios sitios digitales amigos la recogieron con generosidad que deseo agradecer.
En “Clarín” del 2 de junio, pág. 32, versión gráfica, y en el suplemento “Ñ” del mismo diario, versión digital, de la misma fecha, el periodista Juan Manuel Bordón publicó un articulo titulado “Critican a Andahazi por comparar a Rosas con el austríaco Fritzl”. En dicho artículo se menciona expresamente al mío, y en su conjunto —aunque no podamos suscribir todo lo que allí se dice— es un rotundo mentís al dislate de Andahazi.
En tales circunstancias me pareció atinente escribirle una carta al señor Bordón —a quien obviamente no conozco— con el propósito de agradecerle y de hacerle llegar algunas breves aclaraciones.
Reproduzco mi carta, y debajo la nota de Juan Manuel Bordón.
Un abrazo
Un abrazo
En Cristo y en la Patria
Antonio Caponnetto
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Sr. Juan Manuel Bordón:
Leo su nota en “Clarín” de hoy, martes 2 de junio, titulada “Critican a Andahazi por comparar a Rosas con el austríaco Fritzl”.
En la misma, alude usted a la respuesta mía al susodicho Andahazi, y remite a “Santa Iglesia Militante” (santaiglesiamilitante. blogspot.com), uno de los tantos blogs que tuvieron la gentileza de reproducirla.Ambas cosas le agradezco. El inhabitual anoticiamiento público de la réplica a un falsario, y la posibilidad de que el lector interesado pueda acudir al sitio donde la hallará completa.
Gratitud expresada, y sin retaceos, me permitirá algunas aclaraciones.
La primera,que me hago cargo de todos los argumentos históricos refutatorios del dislate de Andahazi, así como de cada una de las severas y duras palabras con que enjuicio su conducta, pero no lo he llamado “meteco, es decir extranjero”, como usted lo enuncia. He hablado en cambio, literalmente, de su “pluma meteca”, en alusión, no a su extranjería, sino a su condición advenediza y buscadora del lucro. A ambas acepciones me autoriza la legal polisemia del término meteco. Digo esto, como advertirá, no para atemperar mi destrato hacia el autor del agravio a Rosas, sino en defensa de tantos extranjeros que bien supieron honrar la memoria del héroe, por lo que no sería legítimo que en la ocasión usara yo la palabra con las negativas connotaciones que usted supone.
La segunda aclaración es sobre el juicio de Dora Barrancos que reproduce en su artículo, y según el cual la comparanza Rosas-Fritzl no sería aceptable “porque los significados de las épocas no son equivalentes”, debiéndose ser cuidadoso “con los valores relativos en relación al pasado”.
No es el supuesto relativismo semántico o axiológico el que impide la arbitraria similitud establecida por Andahazi, sino el más sencillo y concreto hecho de que ambas situaciones y personajes son diametralmente opuestos por su naturaleza, independientemente de “las épocas” en las que ocurrieron. Rosas es un viudo, convertido —con la anuencia de su amante— en inexcusable pecador contra el sexto mandamiento. Fritzl es un padre incestuoso, esclavista, monstruosamente torturador y depravado, cuya perversión excede los desafueros de las bragas para ingresar en los fueros de lo demoníaco. Cualesquieras fueran las épocas en que ambos casos sucedieran, las equivalencias no son posibles mientras disímil sea la sustancia que separa al uno del otro.
Aclaración y párrafo aparte merecen el comentario de Marcos Ribak, más conocido como Andrés Rivera. Le transcribe usted en su nota una opinión en la que declara: “Rosas, a mi juicio, mantenía la tradición española. No incursionaba en las carnes de sus hijas, pero sí en la de los sirvientes […] Es distinto a lo de ese nazi potencial que se acostaba con su hija”.
En la misma línea de Andahazi, con quien cree disentir, Ribak reduce la historiografía a la medición de las incursiones glandulares de los personajes del pasado, agregando en este caso un evidente apriorismo racista, de acuerdo con el cual, los españoles, fatalmente, se acostaban con sus sirvientas. Otros, investigando sesudamente durante años, han sabido cantar las glorias de la tradición hispana, en sus hombres y mujeres ejemplares. Ribak, con irresponsable desaprensión, prefiere conjeturar sobre la existencia de una fatal tradición incursionista en carnes vasallas. No es “humor cáustico”, como usted lo llama, Bordón. Es ánimo injurioso y procaz, sencillamente.
En cuanto a lo de “nazi potencial” aplicado al patógeno señor Fritzl, debe considerarse otro gratuito “incursionismo” de Ribak, ya no por las corporeidades de los sirvientes sino en el trillado mundo de los tópicos con que garantiza su cómoda inserción entre los dominios del pensamiento único. Verá por qué.
Descubierta que fuera la inmunda madriguera en que Fritzl tuvo encerrada a su hija y a su prole, algunas de las fotos morbosamente tomadas al lugar revelaron la presencia de ciertas simbologías religiosas hebreas. ¡Qué súbitos cadalsos no se levantarían si a la vista de estas imágenes alguien explicara al monstruo con categorías judías, o lo tildara de marxista potencial! Pero Ribak se asegura el festejo cursi y barato de la intelligentzia acusando al degenerado de nazi potencial. Es que para el autor de El farmer, como para todo novelista regiminoso, las palabras y los significados pueden violarse mientras presten el servicio de la captatio benevolentia a la ideología dominante de los políticamente correctos.
Gracias nuevamente, señor Bordón. Después de su nota, ya no es solamente el escriba Andahazi quien desnuda la endeblez de sus criterios históricos.
Cordialmente
Antonio Caponnetto
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Critican a Andahazi por comparar a Rosas con el austríaco Fritzl
Por Juan Manuel Bordón
En su último libro, Argentina con pecado concebida, el escritor Federico Andahazi habla de la vida sexual los próceres argentinos. El pasaje que le dedica a la relación entre Juan Manuel de Rosas y María Eugenia Castro (a la que define como su cautiva) y los paralelismos que estableció en varias entrevistas entre esa historia y la del austríaco Josef Fritzl (condenado a cadena perpetua por haber encerrado y violado durante 24 años a su hija) despertó la indignación de partidarios rosistas. En un artículo titulado “El porno cipayismo”, el director de la revista de derecha católica Cabildo, Antonio Caponetto, acusa a Andahazi de “propinar un agravio cobarde”.
Andahazi es un abonado a la polémica con los sectores católicos. Cuando ganó el premio de la fundación Fortabat con El anatomista, Amalia Lacroze de Fortabat se negó a que se publicara la obra por su alto contenido erótico. Ahora, las críticas (y ataques, ya que Caponetto combina los argumentos históricos con agravios como “meteco”, es decir, “extranjero”) llegan después de que rescatara en su último libro la historia de Eugenia Castro, hija de uno de los lugartenientes de Rosas que al morir la dejó al cuidado del Restaurador. Castro se convirtió en su criada, amante y madre de seis hijos que se le atribuían a él.
En su “Desagravio a Juan Manuel de Rosas” (se puede ver en: Santa Iglesia Militante), Caponetto asegura que aunque “pecaminosa”, la relación entre ambos fue “consciente, voluntaria y consentida”; además, niega que fuera una relación secreta, ya que aparecía hasta en la propaganda opositora, y asegura que “de prisionera tenía muy poco”, ya que compartían mesa, paseos y festejos en su casa.
Aunque muy lejos de la postura ideológica de Caponetto, Dora Barrancos (una de las historiadoras de las luchas sociales de las mujeres en la Argentina) asegura que si bien no leyó el libro de Andahazi ni sabía de la polémica, la historia de Castro y la hija de Fritzl no son equivalentes porque los significados de las épocas no son equivalentes. “De ninguna manera era una cautiva, Rosas era tan imperativo de carácter en sus deseos y tenía tal poder de manipulación que no necesitaba tener secuestrada a una persona en su casa. Hoy llamaríamos a eso una situación de sometimiento, pero amancebar a una criada era bastante común en la época. Eso no le quita severidad, pero hay que tener cuidado con los valores relativos en relación al pasado. Había sometimiento psicológico, pero no creo en la hipótesis el encarcelamiento”.
El escritor Andrés Rivera, que en su novela El farmer tomó a Rosas como protagonista, hace el mismo descargo: como no leyó el libro de Andahazi, no quiere polemizar con él. Al evocar la figura de Castro, hecha mano de su humor cáustico. “Ella fue lo que los antepasados de la mesa de enlace y los dueños de la Sociedad Rural llamaban una chinita: estaba allí para satisfacer sus apetitos”. Sin embargo, también distingue entre esa historia y la del austríaco. “Acá se habla de dos culturas, es distinto a lo de ese nazi potencial que se acostaba con su hija. Rosas, a mi juicio, mantenía la tradición española. No incursionaba en las carnes de sus hijas, pero sí en la de los sirvientes”.
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