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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

31 de marzo de 2011

31 de Marzo, Santa Balbina, Vírgen y Mártir

Santoral Católico 31 de marzo

  • Santa Balbina, Vírgen y Mártir
  • San Guido de Pomposa, abad
  • San Benjamín, Mártir
  • San Acacio, Obispo
  • Beata Juana de Toulouse, Virgen
  • Beato Buenaventura de Forli, Fraile Servita
  • Y en otras partes, otros muchos santos Mártires y Confesores, y santas Vírgenes. R. Deo Gratias.




P. Juan Croisset, S.J.





anta Balbina, cuya memoria siempre ha sido célebre en toda la Iglesia, nació en la ciudad de Roma, hija de Quirino, antes gentil y después ilustre mártir de Jesucristo. Tuvo la desgracia en sus primeros años de ser educada en los necios delirios de la superstición pagana; pero como Dios la tenía elegida para que en la capital del mundo confundiese el error del paganismo, como uno de los más es­clarecidos héroes de la religión cristiana, dispuso su divina provi­dencia los medios que tuvo por convenientes á este fin. Enfermó Balbina en lo más florido de sus años, de tal gravedad y con tan fuertes accidentes, que la pusieron en estado de desesperar de todo remedio humano; sentían en el alma sus padres la deplorable situación de su hija, á quien ama­ban en extremo por sus recomendables cualidades; y, ha­biendo apurado to­dos los recursos de la medicina, noti­ciosos de los mu­chos milagros que Dios obraba por medio del santo pontífice Alejandro, preso ya por la fe de Jesucristo, fue Quirino á la cárcel, y postrado á sus pies, bañado en lá­grimas, le rogó se dignase curar á Balbina, en grave peligro de muerte por los habituales accidentes que pa­decía. Condolido el Santo Papa de aquella pobre don­cella, mandó al pa­dre traerla á su presencia, y, ejecutándolo así, consi­guió la salud que deseaba, con sólo imponerle la bolsa de las reliquias que llevaba al cuello. Admirado Quirino de tan repentino prodigio, no dudando por él que era verdadero el Dios que adoraba Alejandro, se convirtió, con toda su familia, á la religión de Jesucristo.
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