por Juan Manuel de Prada
Tomado de ABC
icen que el comer y el rascar todo es empezar; y lo mismo podría predicarse del mentir. Se empieza mintiendo con rubor y embarazo, pero una vez que se le coge el tranquillo a la mentira, se acaba mintiendo con la misma facilidad con que se respira. Esta inercia gustosa de la mentira parece haberse adueñado de nuestro gobierno, que después de mentirnos sobre sus conversaciones con los etarras también pretendía mentirnos sobre sus conversaciones con el príncipe de Gales, a quien los cronistas de sociedad califican de «elegantísimo», que es como piadosamente se denomina a los príncipes en edad provecta a los que ya se les pasó el arroz. Los fontaneros de Moncloa debieron ver muy pasado al provecto príncipe, a quien la maledicencia popular atribuye ciertos brotes de alzheimer; y así discurrieron intercalar algunas mentiras en un comunicado de prensa en el que se insinuaba que Zapatero y el provecto príncipe ambos habrían hablado sobre Gibraltar. Pero las mentiras, cuando tu interlocutor no padece alzheimer, tienen las patas cortas; y en unas pocas horas la embajada británica, actuando al más puro estilo etarra, emitió un desmentido que dejaba a la altura del betún a los fontaneros de Moncloa.
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