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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

5 de julio de 2008

6 de Julio, festividad de San Antonio María Zacaría, Presbítero, Médico y Fundador.


San Antonio María Zaccaría nació en Cremona, al Norte de Italia en 1502. Quedó muy pronto huérfano de padre. Tuvo una madre muy piadosa, que incluso rehusó un nuevo matrimonio para dedicarse más a la educación de su hijo. De ella aprendió una sólida piedad, austeridad y caridad.

Se distinguió desde muy joven por su compasión hacia los menesterosos y desvalidos. Fue esto lo que le movió a estudiar medicina en Padua. Así curaría a los enfermos, sobre todo a los más pobres, y aprovecharía para instruirles en la religión y atender a la salvación de las almas.

Su piedad y su generosidad fueron despertando en él la vocación sacerdotal. Así su entrega sería más completa. Mucho influyó también en esta decisión su amor a la Virgen, a quien había consagrado su virginidad.

Se dedicó ahora a la adquisición de una doctrina sólida. Eran tiempos de reforma, y no bastaba ser virtuosos para responder a las exigencias del momento. El futuro apóstol y reformador aspiraba sobre todo a reproducir la imagen del apóstol Pablo, gran enamorado de Cristo. A los 26 años era ordenado sacerdote, con el alma llena de planes para gloria de Dios.

El año 1533 fundó en Milán, con otros dos sacerdotes, una congregación llamada de Clérigos de San Pablo, para socorrer a los necesitados, con especial dedicación a los internados en hospitales y cárceles. Su apostolado, más que por la elocuencia, se distinguía por la austeridad y mortificación de su vida. Algunos les acusaron de excéntricos y herejes ante el senado y la curia episcopal de Cremona, pero nada pudo probarse.

También fundó una congregación femenina, para que se dedicaran a la protección y socorro de las jóvenes en peligro. San Carlos Borromeo se sirvió de ella para la reforma de los monasterios, elogiándola tanto que la llamó "la joya más preciosa de su mitra". A los miembros de estas dos congregaciones se les llama Barbanitas, por haber nacido ambas en una parroquia de Milán dedicada a San Bernabé.

Las tareas de San Antonio eran agotadoras, pues trabajaba durante todo el día como médico y como sacerdote, y por la noche estudiaba sobre todo las cartas de San Pablo, por el que sentía gran devoción y bajo su protección puso su obra. Realizó muchas conversiones, él y sus clérigos, pues no sólo predicaban en el templo, sino también en calles y plazas.

Apenas once años pudo ejercer su sacerdocio, pero con tal intensidad, con tanta caridad y celo, que mereció ser llamado "el Angel de Cremona y el Padre de la Patria". Tal era su generosidad y entrega por todos.

La Eucaristía y la Pasión del Señor fueron las devociones que con mayor ardor trató de inculcar en el pueblo cristiano, y aún perduran todavía ciertas prácticas que él introdujo, como son el recuerdo piadoso de la pasión y muerte del Señor al toque de las tres de la tarde de todos los viernes, y la práctica de las cuarenta horas de adoración al Santísimo Sacramento, solemnemente expuesto sucesivamente en diversas iglesias para salvar la continuidad del culto eucarístico.

Consciente San Antonio María de la influencia de la vida familiar en las costumbres privadas y públicas, creó también una congregación para los unidos en matrimonio, ordenada a la reforma de las familias.

San Antonio María entregó su alma a Dios el año 1539, a los 37 años de edad. Llama la atención la multitud de obras realizadas en tan breve espacio de tiempo. Fue canonizado por León XIII el año 1890.

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