por Vittorio Messori
La tendencia italiana a la autodifamación, alimentada sin tregua desde los medios de comunicación o en las conversaciones de café, cada vez está más inclinada a pensar que nuestro país es el pozo de los vicios de todo el mundo.
Los países del norte europeo ponen mucho cuidado en alimentar el complejo inverso, es decir, el de superioridad, sustentado en la convicción de que el catolicismo estropeó irremisiblemente el carácter de los pueblos afligidos por él. En cambio, el protestantismo...
Esto es lo que expone en un diario inglés un tal Paul Johnson que, además de periodista informado, es un historiador bastante inconformista (lo citamos más adelante, al tratar de Gandhi). Johnson llega a proponer una Europa dividida por una barrera sanitaria que seguiría las fronteras confesionales: al sur la leprosería en la que confinar a los viciosos y supersticiosos «papistas», vigilando que sus virus no contagien a los demás; al norte los ciudadanos superlativamente íntegros, purificados por Lutero, Calvino y Enrique VIII. Unos ciudadanos a los que el simple recuerdo de la hoy remota Reforma (se trata de países ya muy lejanos de cualquier forma de cristianismo, por «puro» o «contaminado» que sea) les borra cualquier resto de pecado original.
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