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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

8 de julio de 2008

8 de Julio, Festividad de Santa Isabel de Portugal


Santa Isabel de Portugal curando las llagas a una enferma.
Autor:
Francisco de Goya y Lucientes.



Hija de Pedro III de Aragón y de Constanza de Sicilia, nació hacia 1270, no se sabe ciertamente si en Zaragoza o Barcelona. A los 12 años fue pedida en matrimonio por los príncipes herederos de Inglaterra y de Nápoles y por don Dionís, rey de Portugal, que fue el aceptado. El 11 febrero de 1282 contrajo matrimonio por poderes en la capilla de Santa María, luego llamada de Santa Águeda, del palacio real de Barcelona. En junio de este mismo año llegó a Portugal y en Troncoso, a donde había salido a recibirla, se encontró con su esposo al que conoció por primera vez.

Los años de reina en la corte portuguesa

La nieta de Jaime I el Conquistador, pese a su corta edad, aparecía ante todos como una mujer adornada de energía tenaz y fuerza de alma no comunes. Además, como quiere la leyenda medieval de su vida, era una mujer dulce y bondadosa, inteligente y bien educada. No obstante estas excepcionales cualidades, bien pronto tuvo que sufrir las infidelidades de su marido, que ella supo disimular con heroico silencio. Nunca quiso enfrentarse con él, sino que con dulzura y amor quería apartarlo de sus ilícitas relaciones. Tan heroica fue su paciencia que hasta llegó a ocuparse con toda solicitud de los hijos bastardos de su esposo. Fuerza para llevar con resignación estos agravios la encontró la reina en su trato con Dios. Bajo la dirección de su confesor, el mercedario fray Pedro Serra, cultivó una intensa vida interior y de entrega a la voluntad divina, sin perder la naturalidad de esposa y reina......

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