por el R.P. Leonardo Castellani
“Bienaventurado eres, Simón Bar lona, porque eso ni la carne ni la sangre te lo reveló, sino mi Padre que está en los Cielos. Y Yo te digo a ti, que tú eres Piedra (Kephâ, Petra, Petrus) y. sobre esto Piedra edificaré mi Iglesia; y las Puertas del Infierno no prevalecerán contra ella; y te daré las LLAVES del Reino de los Cielos; y cuanto atares sobre la tierra será atado en el cielo y cuanto desatares sobre la tierra será desatado en el cielo...” (Mat. XVI, 18).
¡Cuántas veces hemos oído este texto! Pero ¿entendido? ¿Reducido a la práctica? Es la institución del Primado de Pedro y sus sucesores en la Iglesia de Cristo; se puede decir, la fundación misma de la Iglesia en su nudo central. En el tercer año de la vida pública, después de la tercera Pascua, entre la promesa de la Eucaristía y la primera predicción de la Pasión, cerca de Cesarea de Filippo en el confín norte de Judea, allí donde había un templo idolátrico levantado al César por Herodes el Grande y un antiguo templo al dios Pan biforme, allí se hizo la proclama formal de la divinidad de Cristo y la fundación de su Iglesia, entre la adoración de las fuerzas de la Natura, y la adoración del Poder político, los dos polos eternos de la idolatría. Después de esto Cristo comenzó libre neta y repetidamente a declararse en público el Hijo de Dios, igual al Padre. Esta misma expresión “Hijo del Dios vivo” suena en los labios de los dos Kepha (Kephâ, Pedro; Khaiaphas, Caifás) en uno para profesarla, en el otro para condenarla como blasfemia. Sobre la Piedra se dividieron los futuros dos campos eternos.
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