por Antonio Alvarez Mendez-Trelles
Publicado en la Revista Alférez, Madrid, Junio de 1948
Al entrar en Sierra Morena –después del apaleamiento que le propinaron los galeotes– ocurrióle a nuestro héroe aquella aventura de la maleta abandonada. Parecióle a Sancho bueno el hallazgo, máxime cuando sus ojos pudieron regodearse con el brillo dorado de unos escudos que envueltos en un pañizuelo había. Luego, a fuerza de revolver y entre unas prendas de fina ropa, encontróse también un librillo de memoria que dio mucho gusto a don Quijote. Dice Cervantes, al llegar a esto, que «en tanto que don Quijote pasaba el libro, pasaba Sancho la maleta». Los dos con atención y devoción. De un mismo sitio y a un mismo tiempo sacaron ambos gozos diferentes. El mundo, una vez más, visto por prismas diversos; y ahora en forma de una maleta maltratada y rota en la que todo se contiene, bueno y malo, ofreciéndose a aquel que en sus entrañas revuelva. El problema de esta aventura quijotesca –no hay aventura quijotesca sin su problema– quizá consista tan sólo en saber elegir, de entre las sedas y el oro que a nuestra vista se ofrecen, el librillo de memoria que Dios concede, para su consuelo, a toda alma sencilla que lo busque con buena voluntad... El oro y el librillo de memoria. Y ante ellos el gran problema del elegir, del definirnos. Porque según sea nuestra elección así nos habremos definido. La diferencia entre los seres humanos no radica en una distinta capacidad creadora –de la que todos, en esencia, carecemos–, sino en la diversa aceptación por cada uno de nosotros de las inspiraciones que la vida nos ofrece. El caballero y el villano se distinguen clara y precisamente por la distinta reacción ante un hecho que impresiona la retina delicada de nuestra sensibilidad.En tanto, mientras contaba Sancho sus dineros, gozábase don Quijote en la lectura de las hojas manuscritas. Tópase luego, al pasar algunas páginas, con una carta de amores y léela en voz alta porque también Sancho «gusta destas cosas». Es la carta galana y comedida. Y sobre todo muy acertada y profunda en uno de sus puntos, una queja amorosa, elegante y concisa, que hace meditar a don Quijote:
—«Desechásteme, ¡oh ingrata!, por quien tiene más, no por quien vale más que yo.»
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