G. K. Chesterton
¿Por qué la historia de amor más famosa, después de la arquetípica de Adán y Eva, es la de Antonio y Cleopatra? Respondería, para empezar, que se debe a la sólida verdad de la historia de Adán y Eva.
A menudo, me he preguntado si después de que los modernos se hayan cansado de jugar con esa historia, burlándose de ella, poniéndola al revés y añadiéndole una moraleja moderna, como una cola nueva o ampliándola para convertirla en una fantasía evolucionista sin pies ni cabeza, se le ocurrirá a alguien contemplar cuán sensata es, siendo tal cual es. Aun siendo una vieja fábula, la vieja fábula es mucho más verdadera con la vieja moraleja. Los cristianos —por lo menos, los de mi credo— no están obligados a tratar el Génesis con el pesado verbalismo del puritano, el hebraísta que no sabe hebreo.
Pero lo extraño es que, cuanto más literalmente la consideramos, más verdadera es, y aunque la materialicemos y la modernicemos para convertirla en la historia del señor y la señora Jones, la antigua moraleja seguirá siendo la misma. A un hombre desnudo y sin nada propio, un amigo le permite el libre uso de todas las frutas y todas las flores de una muy hermosa propiedad; y sólo le pide que le prometa no tocar un árbol frutal en particular. Si nos quedásemos hablando aquí hasta ser más viejos que Matusalén, la moraleja seguiría siendo la misma para el hombre de honor. Si no cumple su palabra, es un grosero; si dice «No cumplo con mi palabra porque creo que hay que romper todas las limitaciones y hay que dilatarse hasta un progreso y una evolución infinitos», es diez veces más grosero; y lo que es peor, se ha convertido en un tonto, además de grosero.
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