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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

11 de julio de 2008

Defensa de la Inteligencia


por el R.P. Osvaldo Lira SSCC

Tomado de
Revista Alférez
Madrid, 31 de agosto de 1947
Año I, número 7
[páginas 6-7]

Uno de los fenómenos que han venido manteniéndose en vigor con más continuada persistencia dentro de la psicología individual y colectiva de los tiempos espiritualmente modernos es la desconfianza instintiva, elemental, que desde hace cuatro siglos viene sintiendo el espíritu humano hacia la más noble de sus propias facultades, como es la inteligencia. Se trata de una desconfianza no cualquiera, sino radical, que se manifiesta hasta en los más pequeños detalles de la vida, y que va desde el racionalismo exasperado de Descartes hasta las filosofías de tipo vitalista o existencialista de Kierkegaard. Nietzsche y Schopenhauer, o bien desde sectores inequívocamente heterodoxos hasta mentalidades como Blondel o Papini, centradas en la más pura, rigurosa y sincera sumisión a la doctrina católica. Sin pretender levantar ahora todo un aparato crítico para demostrar nuestra aseveración, queremos nada más señalar algunas de las causas que han permitido la vigencia de esta desgraciada actitud en ambientes católicos intelectuales, que son los que más nos interesan, y esto, por un doble motivo: primero, porque no siendo posible defender con eficacia los fueros de la inteligencia sino dentro del catolicismo no podemos extrañarnos de que un acatólico, o más bien un no católico, sea antiintelectualista, y luego, porque cuando a la circunstancia de vivirse con dignidad la verdadera Iglesia se suma la de hallarse bien dotado desde el punto de vista del entendimiento y de la discreción, es posible esperar los máximos frutos para la causa de la verdad, porque es entonces cuando la virtualidad de la gracia ha de manifestarse ante las miradas atónitas de los hombres con todo el realce de su brillo divino. Porque aun cuando se da con relativa frecuencia el caso de santos que, no obstante hallarse mal provistos de dones naturales, han ejercido influjo avasallador en su época y ambiente, como un Juan Bautista Vianney, por ejemplo, lo normal es que tal misión corresponda a los espíritus naturalmente elevados, obedeciendo el fenómeno ahora mismo señalado a la falta de correspondencia a la gracia tan frecuente por parte de dichos espíritus, o bien a que Dios quiere manifestar con meridiana claridad la trascendencia de su poderío respecto de sus criaturas.

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