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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

10 de julio de 2008

Razón de la tradición.


por Gonzalo Fernández de la Mora

Hay quienes entienden la tradición como una revelación, ya originaria ya histórica, apenas asequible al logos. Es el caso de las tradiciones religiosas, como la judía, donde la única aproximación intelectual correcta es la exégesis del texto inspirado. Pero la tradición también es abordable desde otra perspectiva, la estrictamente racional.

Tradición es trasmisión desde el pasado al presente y, probablemente, hacia el futuro. La primera cuestión es determinar quién transmite. El sujeto de la tradición es el hombre. Los demás animales nacen con unos instintos inscritos en su código genético y pueden aprender ciertas prácticas específicas o de domesticación; pero carecen de tradición. Sólo los seres humanos inventan, asumen y perfeccionan tradiciones. Y lo hacen como individuos y como miembros de un grupo. Hay tradiciones hospicianas porque se desconoce a su inventor, no porque aparezcan por generación espontánea. Los autores de la tradición judía son los redactores de los libros bíblicos y los patriarcas. Las sociedades son destinatarias, portadoras y peremnizadoras de las tradiciones, pero no sus creadoras. Acontece lo mismo que con la llamada poesía popular: procede de un rapsoda concreto, aunque olvidado y luego colectivizado. El origen de toda tradición es individual aunque se ignore el nombre del actor. Desde su orto, una tradición, en la medida en que es humana, tiene una pretensión de racionalidad y no procede analizarla como un mito. Se puede narrar e incluso dar razón de una tradición porque su curso histórico es racionalizable, no simplemente descriptible. Siempre brota de un logos personal.
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