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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

11 de julio de 2008

El Modernismo Religioso

Por Jaime Boffil Boffil

Tomado de la Revista Cristiandad
año I, nº 13, páginas 294-295
Barcelona, 1 de octubre de 1944


«Enimvero non is a veritate discedat qui eos ecclesiae adversarios quovis alio perniciosores habeat. Ciertamente, no se apartará de la verdad quien los tenga como los más perniciosos adversarios de la Iglesia.» (Encíclica Pascendi)

El espectáculo de un jefe autocrático que se ve obligado, en un momento dado, no sólo a prescindir, sino a enjuiciar y a sancionar gravemente a sus más íntimos colaboradores, es altamente dramático.

¡Qué emociones debían embargar, por ejemplo, a Mussolini cuando se vio traicionado incluso por su yerno! Si la memoria de Julio César pasó en aquel momento por su mente, tan propensa de seguro a estas analogías, el «Tu quoque, fili mi!» debía, naturalmente, presentársele.

¿Quién no compartió un poco estas emociones? ¿Quién no había sentido otra parecida en 1938, cuando Stalin mandó fusilar a casi todos los miembros de su vieja guardia? El 30 de junio de 1934 (Hitler).

Me imagino, en momentos semejantes, a un jefe de Prensa anunciando con un rostro muy serio, muy pálido, muy impasible, la noticia de la traición sofocada a los periodistas encargados de transmitir al país: «La Patria se ha librado hoy de un grave peligro».

* * *

Esta misma mezcla de sentimientos encontrados: congoja, escalofrío, aturdimiento y cólera se experimenta al ver a Pío X, el gran Pontífice de principios de siglo, ejecutar un acto semejante con la publicación de la Encíclica Pascendi, que nunca más le han perdonado sus enemigos.

Toda ella, en efecto, no hace más que sugerir un grito: «La Iglesia se ha librado hoy de un grave peligro».

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