por C.S. Lewis
Es necesario que despertéis en vos todo lo que tenéis de fe. Permaneced todos tranquilos; o los que crean ilícita la obra que emprendo, que se retiren.
SHAKESPEARE. El cuento de invierno
Hundido en la profundidad de tu misericordia déjame morir la muerte que cada alma que vive desea morir.
COWPER. "Madame Guion".
"Yo estoy persuadido", dice San Pablo, "de que los sufrimientos de la vida presente no son de comparar con aquella gloria venidera que se ha de manifestar en nosotros"[70]. Si esto es así, un libro acerca del sufrimiento que nada diga del cielo, está dejando fuera casi la totalidad de una parte del asunto. La Sagrada Escritura y la tradición habitualmente ponen en la balanza los gozos del cielo en contraposición a los sufrimientos de la tierra, y ninguna solución al problema del sufrimiento que no haga tal, puede llamarse cristiana. Hoy en día nos avergonzamos mucho aun sólo de mencionar el cielo. Le tenemos miedo a la burla acerca de los "castillos en el cielo" y a que se nos diga que estamos tratando de "escaparnos" del deber de hacer un mundo feliz aquí y ahora, con sueños de un mundo feliz en otro lugar.
Pero, o hay "castillos en el cielo", o no los hay. Si no los hay, entonces el cristianismo es falso, ya que esta doctrina es parte de todo su tejido. Si los hay, entonces esta verdad, al igual que toda otra, debe ser enfrentada, sea útil o no en reuniones políticas. Además, tememos que el cielo sea un soborno, y que si lo convertimos en nuestra meta ya no seremos desinteresados. Esto no es así. El cielo no ofrece cosa alguna que un alma mercenaria pueda desear. Decir a los puros de corazón que ellos verán a Dios, es algo seguro, ya que solamente los puros de corazón lo desean. Éstas son recompensas que no mancillan los motivos.
El amor de un hombre por una mujer no es mercenario porque quiera casarse con ella, tampoco es mercenario su amor por la poesía porque desee leerla, ni su amor por el ejercicio es menos desinteresado porque quiera correr, saltar y caminar. El amor, por definición, busca gozar de su objeto. Usted puede pensar que existe otra razón para nuestro silencio acerca del cielo -especialmente, que no lo deseamos realmente. Pero eso puede ser una ilusión. Lo que ahora voy a decir es meramente una opinión personal sin la menor autoridad, la que someto al juicio de mejores cristianos y mejores eruditos que yo.
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