Este blog está optimizado para una resolución de pantalla de 1152 x 864 px.

Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

2 de septiembre de 2008

Juramento del militar cristiano


Enviado por Aldo H. Delorenzi, (a quien agradecemos una vez más)


Tomo VI Catecismo compendiado Obispo Gaume 1882

LECCIÓN XXXVIII. CONSERVACIÓN Y PROPAGACIÓN DEL CRISTIANISMO. (SIGLOS XI Y XII). Pags 103 y ss

Óigase ahora una parte del ceremonial de su recepción, en el cual resplandece con una vehemencia é ingenuidad la más admirable aquel doble espíritu de fuerza y caridad que distingue a la Religión cristiana y que ella imprime a todas sus instituciones.

El postulante vestido de un largo ropón negro y de un manto acabado en punta, hincábase de rodillas al pié del altar con una antorcha encendida en la mano y una espada desenvainada que daba a bendecir al celebrante; habíase de antemano preparado con una confusión general y la sagrada Comunión.

El sacerdote después de rezar varias oraciones, rociando con agua bendita al caballero y la espada, le entregaba ésta, diciendo: “Recibe esta santa espada, en nombre del Padre y del Hijo, y del Espíritu Santo, amen. Sírvete de ella para tu defensa, para la de la santa Iglesia de Dios, y para confusión de los enemigos de la cruz de Jesucristo y de la fe cristiana, y procura, en cuanto la humana fragilidad permite, nunca herir con ella injustamente.” Dicho esto la envainaba, y ciñéndosela al caballero, añadía: “Cíñete esta espada en nombre de Jesucristo, y acuérdate de que los Santos no tanto conquistaron reinos por las armas, cuanto por su acendrada fe”.

Entonces el caballero la desenvainaba, y el sacerdote seguía diciendo: “Esta espada en su brillo simboliza la fe, en su punta la esperanza, y en su pomo la caridad: empléala en servicio de la fe católica, y de la justicia, y de las viudas y pobres huérfanos. Ella es la verdadera fe y justificación de un caballero, pues la santificación consiste en ofrecer el alma a Dios y el cuerpo a los peligros en servicio suyo”; y mientras el mismo caballero blandía tres veces la espada, añadía:

“Esta triple acción de blandir la espada que tienes en la mano, significa que en nombre de la santísima Trinidad debes desafiar a todos los enemigos de la fe católica con esperanza de triunfo; así Dios te conceda esta gracia, amen”.

Los precedentes avisos y oraciones tienen un sentido tan profundo, que nos permitiremos recalcarlos con ligeras observaciones: el poder de la espada es el más terrible que los hombres conocen; la Religión antes de confiarlo a uno de sus hijos, quiere que sepa bien con qué espíritu, a qué fin y en qué casos debe hacer uso de él: ¿dónde se buscarán ceremonias mas instructivas y lecciones más interesantes?

Después presentaban y calzaban al caballero unas espuelas doradas, diciéndole: ¿Ves estas espuelas? ellas significan que así como las teme el caballo cuando se separa de la recta senda, igualmente tú debes temer desviarte de tu rango y de tus votos, y cometer iniquidad. Te las calzan doradas, porque el oro es el metal más rico y simboliza el honor”.

Venia en pos la recepción del manto de la Orden: el recipiente mostraba al profesante la cruz de ocho puntas impresas en su lado izquierdo, diciendo: Esta cruz la llevamos blanca en señal de pureza, debes llevarla también por dentro y fuera sin mancha ni borrón alguno.

Sus ocho puntas simbolizan las ocho bienaventuranzas que debes tener siempre en, tí, a saber:

1. disfrutar contento espiritual;

2. vivir sin malicia;

3. llorar los pecados;

4. humillarse ante las injurias;

5. amar la justicia;

6. ser misericordioso;

7. ser sincero y limpio de corazón;

8. sufrir las persecuciones.

Estas son otras tantas virtudes que has de grabar en tu corazón para consuelo y conservación de tu alma, a cuyo fin te encargo lleves abiertamente esta cruz cosida al lado izquierdo sobre el corazón sin dejarla jamás”.

Dicho esto le daba a besar la cruz y le echaba el manto sobre los hombros, añadiendo: “Toma esa cruz y este manto en nombre de la santísima Trinidad, para salud y reposo de tu alma, para aumento de la fe católica y defensa de todos los buenos cristianos, y en honra de nuestro Señor Jesucristo. Ponte la cruz al lado izquierdo, hacia la región del corazón, para que la ames perfectamente y la defiendas con tu mano derecha; y cuenta que no la abandones, pues ella es la verdadera enseña de nuestra Religión. Este manto que le echo encima, representa la vestidura de piel de camello que llevaba en el desierto nuestro patrono san Juan Bautista, y tú con recibirlo renuncias a las pompas y vanidades de la tierra. Úsalo en las ocasiones prescritas y procura que tu cuerpo sea amortajado con él.”

Sobre el manto había bordados en lienzo blanco los trofeos de la Pasión, y aludiendo a esto seguía diciendo el celebrante: “a fin de que pongas toda esperanza para la remisión de tus culpas en la Pasión de nuestro Señor Jesucristo, hela aquí representada en este cordón con el que fue atado por los judíos; he aquí la corona de espinas; el pilar del azotamiento; la lanza con que fue traspasado; la esponja empapada en hiel y vinagre; los azotes; los cestos para dar limosna a los pobres y para recogerla cuando carecieres de bienes propios; la cruz de la crucifixión, cruz que te he puesto al hombro en memoria de la Pasión, y que servirá de regla para tu alma. Este yugo es muy ligero y suave, y en señal de la servitud que aceptaste, te ligo al cuello este cordón.

El tal cordón era de seda, blanco ó negro. Así, de pies a cabeza, el caballero de la Religión leía a una vez en todos sus vestidos sus deberes, sus promesas y su vocación sublime, no pudiendo dar un paso, ni echar sobre si una mirada sin penetrarse de la elevada santidad y noble valor que debían distinguirle; y ¿qué galardón se le prometía en cambio de tamaños sacrificios?

He aquí las últimas palabras del recipiente: “Te hacemos a tí y a todos tus deudos partícipe de todos los bienes espirituales que se hacen ó se hicieren en nuestra Religión por toda la cristiandad”.

Estos valerosos caballeros, que por tantos siglos formaron con sus pechos unos baluartes vivos alrededor del pueblo cristiano, proporcionaron a la Iglesia el reposo necesario para ocuparse en la santificación de sus hijos y seguir dirigiéndolos hacia el cielo; y en verdad que este tiempo fue aprovechado.

0 comentarios: