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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

16 de septiembre de 2008

"Otro Toribio", Abanderado de la Hispanidad


por José Antonio Benito Rodríguez

Tomado de Revista Arbil


Una reseña de la vida y obra de Monseñor Lissón, CM (1872-1961).

En estos tiempos de globalización cultural, conviene poner en candelero a los auténticos pioneros de la única globalización digna de tal nombre, la que rompe fronteras egoístas para abrir espacios de encuentros solidarios. Los santos, “los revolucionarios del amor” –como los definiera el Papa en su encíclica “Dios es amor” se han adelantado con sus gestos de gratuidad y compromiso a lo ahora a duras penas intentamos. Tal sucedió con Emilio Lissón, arzobispo limeño, desterrado en Europa (Roma, Valencia, Sevilla) y que supo aprovechar este auténtico martirio como oportunidad de crear lazos entre peruanos y españoles, convirtiéndose un peruano en España y un español en Perú. La peruanidad y la hispanidad se fundieron en un encuentro feliz que potenció estas queridas realidades.

La expresión “otro Toribio Mogrovejo” la empleó el escritor V. García Calderón cuando lo conoció en París con motivo del homenaje al Almirante Petit Thouars. “No me basta amar a Dios si mi prójimo no le ama”. Tal fue la divisa de Monseñor Emilio Lissón, grabada en la lápida donde reposan sus restos en la Catedral de Lima, desde el 24 de julio de 1961. Su biógrafo, el P. José Herrera, nos dio un retrato físico y moral: “Alto y enjuto, de color cetrino, de ojos vivos y penetrantes, aunque de amable y suave mirar, con la sonrisa ancha de su cara y asomándose la nieve de las canas por debajo del rojo y raído solideo, y su cuerpo un tanto inclinado hacia adelante, con aire sencillo y humilde, todo él respirando bondad y modestia”. El 17 de diciembre del 2002, se incoó en Valencia –última morada de su peregrinar y lugar de su deceso- el proceso de beatificación que culminó en su fase diocesana el 31 de mayo del 2008.El Arzobispo de esta diócesis, S.E. Agustín García-Gasco, destacó su itinerario martirial, “a partir del derribo o destierro de Lima” pero que él vivió como “misionero de la evangelización, recorriendo su “vía crucis con paz, esperanza y sentido de resurrección”.

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