por el R. P. Alfredo Sáenz, S.J.
Nos complace detenernos en la consideración de la figura de Santo Toribio, el gran pastor de Hispanoamérica, auténtico arquetipo de lo que puede llegar a ser un obispo cuando asume sus responsabilidades pastorales con generosidad y grandeza de alma.
I. De los Picos de Europa al Episcopado
Nació Toribio en Mayorga, pueblo del Reino de León. Allí se había trasladado su familia, cuya casa solariega se ubicaba en una aldehuela denominada Mogrovejo, sita en las estribaciones de los montes de Asturias, los llamados Picos de Europa. Fue en dichos montes donde se inició la gloriosa Reconquista de España, hasta entonces en poder de los moros. Sus padres eran de familia noble, lo que dejaría una impronta indeleble en el modo de ser del joven Toribio, el tercero de cinco hermanos. No se sabe con exactitud la fecha de su nacimiento, si bien es opinión común que acaeció el año 1538.
En el valle de Liébana, junto al castillo de los Mogrovejo, se encuentra un monasterio, fundado en el siglo VI por el monje Toribio, que había sido obispo de Palencia, y que eligió ese lugar para vivir allí con un grupo de compañeros según la regla benedictina. A mediados del siglo VIII, una vez consolidada la Reconquista en esa zona, llevaron al monasterio los restos de otro Toribio, que había sido obispo de Astorga en el siglo V, juntamente con el lignum crucis que dicho obispo trajo consigo de una de sus peregrinaciones a Jerusalén. Hoy el monasterio se llama de Santo Toribio de Liébana. De este santo le viene su nombre a nuestro Toribio, así como su amor apasionado por la cruz.
1. Joven estudiante en Valladolid
A los 13 años Toribio fue enviado a Valladolid para estudiar gramática, humanidades, derecho y filosofía. Ciudad histórica aquélla, que había sido varias veces sede de la corte de Castilla y capital del Imperio, cuna de Felipe II y lugar de su coronación, ciudad que acogió a Hernán Cortés para que diese a conocer el mundo azteca, foro de la polémica entre Las Casas y Sepúlveda, lugar de promulgación de las Leyes Nuevas, asiento del Consejo de Indias... En dicha ciudad, corazón del mundo hispano, donde por aquellos años se encontraba Felipe II, quien tenía apenas 25 años y allí permanecería hasta el traslado definitivo de la corte a Madrid, residió Toribio durante una década.
No hacía cincuenta años que en la iglesia de San Francisco habían sido inhumados los restos de Colón, cuya casa se encontraba en aquella ciudad. Podríase decir que la tierra americana palpitaba en Valladolid, siendo la ciudad entera latido y pulso del emprendimiento glorioso de las Indias. Si en Sevilla se embarcaban las expediciones, Valladolid las preparaba y equipaba. Ningún sitio, pues, más sugerente para suscitar la llamada de las Indias.
No sería extraño que aquí hubiese comenzado Toribio a experimentar dicho atractivo. Diez años de su primera juventud, desde 1550 a 1560, transcurrió en ese ambiente de Valladolid, cortesano a la vez que académico. Eran años cruciales, pletóricos de acontecimientos: las sesiones del Concilio de Trento, el nacimiento de Cervantes, el primer concilio de Lima, la muerte de San Ignacio, la coronación de Felipe como rey. Ya desde entonces comenzaron a manifestarse los quilates del alma de Toribio, un verdadero ejemplo para sus compañeros de estudios, a quienes no vacilaba en decirles, según ellos mismos nos relatan: «No ofendáis a tan gran Señor [a Dios], reventar y no hacer un pecado venial».
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