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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

22 de octubre de 2008

El Papa San Pío X: Memorias (2)


Por S. E. R. Cardenal Rafael Merry del Val





MI PRIMER ENCUENTRO CON SU EMINENCIA EL CARDENAL SARTO


Aunque parezca extraño, es no obstante un hecho real que nunca me había encontrado con Su Eminencia el Cardenal Sarto hasta finales de julio de 1903, en ocasión de reunirser en Cónclave el Sacro Colegio,después de la muerte de Su Santidad el Papa León XIII. Conocía entonces, por lo menos de vista, a todos los Car­denales que, con tal motivo, habían acudido a Roma, y podía identificar a cada uno de ellos. Durante los ocho años que permanecí en el Vaticano asistiendo a León Xlll, pude tratar de cerca a acasi todos los miembros del Sacro Colegio; pero por una u otra causa nunca había coincidido con el Cardenal Sarto. El lunes 3 de agosto de 1903, tuve el privilegio de hablar con él por vez primera.

La víspera de dicho día había sido testigo del odioso veto promovido por los políticos austríacos al Cardenal Rampolla. Tengo la íntima conviccción de que éste no hubiera resultado elegido en ningún caso, ya que la mayoría de los votantes estaban firmemente decididos a elegir otro candidato. Pero estuvo a punto de obtener los votos necesarios, preci­samente cuando la actitud que adoptó el Cardenal Puszyma, en nombre del Emperador de Austria, produjo una fuerte reacción y un impulso de protesta a toda costa, en defensa de la libertad del Conclave y de los derechos de la Santa Iglesia. El Cardenal decano, Oreglia di Santo Stefano, inmediata­mente después de la primera sesión celebrada en la Capilla Sixtina, en la mañana del lunes 3 de agosto, habló conmigo seriamente y a la larga de su creciente ansiedad respecto a la elección.

"No parecía haber —me dijo— ninguna probabili­dad de acabar pronto, si el Cardenal Sarto, cuyos votos ha­bían ido aumentando progresivamente, persistía en su actitud de resistencia, oponiéndose a aceptar el Papado." Su Eminen­cia se creía obligado, en conciencia, a no permitir que la si­tuación se demorara indefinidamente, y por ello me rogaba me pusiera al habla con el Cardenal Sarto para transmitirle el siguiente mensaje: Habría de preguntarle, en nombre del Cardenal Decano, si estaba dispuesto a persistir en su negativa a ser elegido y, en caso afirmativo, si autorizaba a Su Eminencia a declararlo así definitiva y públicamente ante el Conclave reunido en la se­sión de la tarde, a fin de que el citado Cardenal Decano hi­ciera ver a sus colegas la conveniencia de elegir otro candi­dato.

Siguiendo esta indicación, fui en busca del Cardenal Sarto. Me informaron que se hallaba en su habitación y que, proba­blemente, lo encontraría en la Capilla Paolina, a la que me dirigí apresuradamente para cumplir mi encargo. Sería cerca del mediodía cuando entré en la silenciosa y oscura capilla. La lámpara del Sagrario brillaba ardiente con otras velas encendidas en el altar y colocadas a ambos lados del cuadro de Nuestra Señora del Buen Consejo. Vi a un Cardenal arrodillado sobre el suelo de mármol, a alguna distancia del comulgatorio, en oración ante el tabernáculo, con la cabeza entre las manos y los codos apo­yados sobre uno de los bancos de madera. No recuerdo la presencia de ninguna otra persona en la capilla en aquel momento. Era el Cardenal Sarto. Me arrodillé a su lado, y en voz baja le confié el mensaje recibido. Su Eminencia levantó la cabeza, volviéndola hacia mí len­tamente, mientras que escuchaba.

Las lágrimas se despren­dían de sus ojos y yo casi contuve la respiración en espera de la respuesta. "Sí, sí Monsignore—contestó amablemente—; dica al Cardinale che mi faccia questa carita'' (Sí, sí, Monse­ñor: diga al Cardenal que me haga esta caridad). Parecía repetir, como un eco, las palabras de su Divino Maestro en Getsemaní: "Transeat a me calix iste."

El fíat tardaría aún en venir. Las únicas palabras que tuve fuerzas para proferir, contestándole, y que salieron de mis labios como inspiradas por otro fueron: "Eminenza, si faccia coraggio, il Signore l'aiuterá" , ( Eminencia , Armáos de valor,El Señor os ayudará).

El Cardenal me miró fijamente, con aquella expresión suya tan profunda, que aprendí a conocer tan bien: "Grazie,grazie", repitió y fue todo cuanto dijo. De nuevo sumió la cabeza entre sus manos para terminar su oración y yo me alejé. Nunca olvidaré la impresión que me produjo este primer encuentro, a la vista de una angustia tan intensa. Era la primera vez que me ponía en contacto con Su Eminencia y presentía haberme hallado en presencia de un Santo.

Pocas horas después, y antes que el Cardenal Decano pu­diera llevar a efecto su propósito, el Cardenal Sarto, ante los apremiantes e insistentes requerimientos que le hicieran va­rios miembros del Sacro Colegio, decidió desistir de su nega­tiva, y celebrada la sesión de la tarde, era ya evidente para todos que él habría de ser elegido a la mañana siguiente por una gran mayoría.


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