por S.E.R. Cardenal Rafael Merry del Val
MI PRIMERA AUDIENCIA CON PIO X
Había terminado el Conclave. Después de rendir homenaje, de acuerdo con el ceremonial, al Pontífice recientemente elegido, los Cardenales abandonaron el Vaticano para reintegrarse a sus respectivas residencias en varias partes de la ciudad.Las últimas horas de aquel día memorable las invertí, sentado ante mi mesa, en la Sala Borgia, revisando papeles y despachando los asuntos más urgentes que habría de ultimar antes de emprender mi regreso.
Al ser elegido el Papa, aquella mañana del día 4 de agosto, le acompañé desde su puesto en la Capilla Sixtina, a una habitación pequeña, contigua al lado del Evangelio, donde el Santo Padre se puso la sotana blanca y donde tuve el privilegio de colocar el también blanco solideo sobre su cabeza. Se dirigió entonces a ocupar su puesto en la silla colocada frente al altar mayor.
Ante él desfilaron, por turno, en la forma acostumbrada e inclinándose en señal de obediencia al nuevo Papa, todos los Cardenales. En este intervalo, el Cardenal diácono más antiguo, Monseñor Macchi, abandonó la Capilla Sixtina para ir a proclamar la elección de Su Santidad desde el balcón principal que mira a la gran plaza de San Pedro.
Inmediatamente después, es costumbre que el Papa dé su primera bendición solemne Urbi et Orbi.
El maestro de ceremonias, Monseñor Riggi, preguntó al nuevo Pontífice si pensaba hacerlo así desde la loggia interior de la Basílica o desde la exterior que domina la ciudad. El Santo Padre volvióse hacia mí, preguntándome cuál era la opinión del Sacro Colegio a este respecto. Por indicación del Cardenal Decano, a quien transmití la pregunta, informé a Su Santidad que el Colegio de Cardenales había examinado la cuestión antes del Conclave, en reunión a la que él no había asistido, y aun cuando se inclinaban por la conveniencia de que la bendición papal fuera dada dentro del recinto de la Basílica, siguiendo el ejemplo de León XIII, no querían coartar la libertad de Su Santidad y dejaban el asunto a su decisión .
"Me someteré a la opinión del Sacro Colegio", fue la respuesta del Papa. Al preguntarle yo si deseaba dirigirse en seguida a San Pedro a este propósito o prefería aplazarlo para horas más tarde, contestó que le era indiferente y que obraría según se estimase más oportuno. Me atreví a sugerirle mi opinión de que tal vez fuera mejor no demorar la ceremonia, y así se hizo.
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