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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

19 de octubre de 2008

La luz y las tinieblas



Texto: GAMBRA, Rafael: El lenguaje y los mitos.
Bs. As., Nueva Hispanidad, 2001, Cap. 11.


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Es tan antigua como el mundo –lo hemos visto- la idea de que el conocimiento, tanto el de los sentidos como el intelectual, se realiza en el seno de una luz o de un medio que lo hace posible.
En el Génesis, el Espíritu de Dios, que se movía sobre las aguas informes, creó la luz en el primer día, antes de crear el Sol y los cuerpos celestes que no alumbraron hasta el cuarto día. Se ha interpretado que esa primigenia luz era el medio en el cual sería posible la claridad del conocer: la luz física para ver, la luz inteligible para entender. Sería también el momento en que el Caos –la superficie informe y vacía, las tinieblas que cubrían la profundidad del abismo- se convierten en Cosmos, mundo de límites, de luz y de inteligibilidad.

Platón, en el mito de la Caverna (Rep. VII), hace brotar de la suprema Idea de Bien “la luz y la inteligencia”. Y Aristóteles supone que la intelección (el acto de comprender intelectualmente) se opera a través del entendimiento agente (nous poietikós), al que imagina como una luz que penetra las cosas sensibles iluminando su esencia o el universal que está en ellas, al modo como la visión sensible requiere de la luz física como medio en que se produce, y la audición del aire o atmósfera.

La gran corriente de filosofía cristiana que parte de San Agustín y recorre las edades cristianas hasta Malebranche, supone que cuando entendemos, vemos las cosas en Dios, en quien residen en su esencia como ideas arquetípicas o ejemplares. Él es quien ilumina al espíritu que pretende conocer, que aspira a la verdad. El entendimiento aparece así como un quid divinum, y la contemplación intelectual como la obra del “verbo divino iluminando con su venida a todos los hombres” de que nos habla San Juan. Recordemos el prólogo a su Evangelio: “En el Verbo estaba la Vida / y la Vida era la luz de los hombres / y esta luz resplandece en las tinieblas… El Verbo era la luz verdadera que alumbra todo hombre / que viene a este mundo”.
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Tomado del blog El Buen Combate

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