por Gilbert K. Chesterton
VIII. La tibieza de la prensa amarilla
En la actualidad, desde diversos ámbitos surgen considerables protestas contra la influencia de ese nuevo periodismo que se asocia con los nombres de sir Alfred Harmsworth y el señor Pearson. Pero casi todos los que lo atacan lo hacen por considerarlo sensacionalista, violento, vulgar y chocante. Y yo no me expreso con afectada contrariedad, sino mostrando la simplicidad de una sincera impresión personal, cuando digo que este periodismo ofende precisamente por no ser ni lo bastante sensacionalista ni lo bastante violento. Su verdadero defecto no es ser chocante, sino insoportablemente tibio.La idea general es mantenerse y no salirse de cierto nivel de lo esperado, de lo trillado. Tal vez resulte bajo, pero también debe preocuparse por mantenerse chato.
Nunca, ni por casualidad, existe en él nada de lo incisivo que es verdaderamente plebeyo, y que podemos oírle decir a un taxista en cualquier calle. Todos hemos oído hablar de ciertos mínimos de decoro que exigen que las cosas sean divertidas sin resultar vulgares, pero es que los mínimos de este decoro exigen que si las cosas son vulgares, deben serlo sin ser divertidas. Este periodismo no sólo fracasa en su intento de exagerar la vida; la subestima. Y no puede ser de otro modo, pues está pensado para débil y lánguido recreo de hombres a quienes fatiga la fiereza de la vida moderna. Esta prensa no es en absoluto prensa amarilla. Es prensa monótona.
Sir Alfred Harmsworth no ha de dirigir al oficinista cansado ninguna observación más ingeniosa de la que el oficinista cansado sería capaz de dirigir a sir Alfred Harmsworth. No debe poner en evidencia a nadie (es decir, a nadie poderoso), no debe ofender a nadie, no debe siquiera complacer demasiado a nadie. Una vaga idea general de que, a pesar de todo ello, nuestra prensa amarilla es sensacionalista nace de características externas, como puedan ser los grandes tipos de letras o los titulares escabrosos. Es cierto que esos editores tienden a publicarlo todo en grandes letras mayúsculas. Pero no lo hacen porque las noticias sean chocantes, sino porque resultan de lo más anodinas. Para esas personas agotadas o medio ebrias que van montadas en trenes mal iluminados, resulta una simplificación y un alivio que las cosas se les presenten de ese modo burdo y evidente.
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