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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

24 de octubre de 2008

El pensamiento de la Revolución Nacional


por el Dr. Antonio de Oliveira Salazar
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Para que sirva de prefacio

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Este libro se titula Discursos más por la facilidad del nombre que por la exactitud de la expresión. Con mayor propiedad debería deno­minarse: Trozos de prosa que fueron pronuncia­dos. Lo fueron por su autor ante auditorios más o menos numerosos, y al escribirlos originaria­mente con tal destino, no podía darles cualida­des impropias de esa finalidad.
La oratoria tiene sus exigencias y sus reglas, descubiertas por la razón y por la experiencia, y propias para la consecución de sus objetivos; pero la verdadera elocuencia no se logra con satisfacer íntegramente esas exigencias y obe­decer fielmente esas reglas. La elocuencia no es el brillo de la forma, ni la locuacidad del orador, ni la claridad del asunto, ni la corrección,ni del decir, ni la majestad y movimiento de la exposición, ni la propiedad de los gestos, ni la riqueza de las modulaciones vocales: nada de ésto por si solo, aunque ciertamente sea algo de todo ello; es por encima de todo, don misterioso de comunicabilidad por la palabra hablada, que muy pocos hombres poseen, y con el cual, según los términos clásicos, se convence, se deleita y se persuade a los oyentes. Como obra de arte, el discurso tiene sobre todas las otras la excelencia, y al mismo tiempo la fragilidad, de ser obra viva, imposible de conservarse en el tiempo: solo existe en toda su plenitud y perfección en el momento mismo en que es creada. Después, quedan los trazos de las ideas y las cenizas de las pasiones, apagadas, muertas, sin alma.
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