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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

20 de octubre de 2008

Herejes (7)



por Gilbert K. Chesterton


VII. Omar y el vino sagrado



Sobre nosotros ha estallado con cierta virulencia una nueva moral relacionada con el problema de la bebida; y los entusiastas en el asunto van desde el hombre que a las 12.30 ya es violentamente expulsado del pub por culpa de su estado de embriaguez hasta la mujer que destroza las barras de los bares con un hacha. En estas discusiones, casi siempre se piensa que una posición sensata y moderada pasa por decir que el vino y demás licores deberían tomarse sólo como medicina. Y yo me atrevo a disentir de ello con especial ferocidad. La única manera verdaderamente peligrosa e inmoral de beber vino es considerarlo una medicina. Y la razón es esta: si alguien bebe vino para obtener placer, trata de obtener algo excepcional, algo que no espera tener a todas horas, algo que, a menos que esté algo perturbado, no tratará de obtener a todas horas. Pero si alguien bebe vino para obtener salud, está tratando de obtener algo natural, es decir, algo de lo cual no debe carecer, algo cuya ausencia tal vez le cueste aceptar. Tal vez el éxtasis de estar en éxtasis no convenza al hombre; resulta más deslumbrante ver un destello del éxtasis de ser alguien común y corriente. Si existiera un ungüento mágico, y si se lo lleváramos a un hombre fuerte y le dijéramos: «Con esto podrás tirarte del Monumento al Incendio de Londres y no te pasará nada», sin duda lo haría, aunque no se pasaría el día haciéndolo, para deleite de los ciudadanos.

Pero si se lo lleváramos a un ciego y le dijéramos: «Esto te permitirá ver», se sentiría bajo una fuerte tentación. Sería difícil para él no frotarse los ojos cada vez que oyera el sonido de los cascos de un caballo, o los pájaros cantando al despuntar el día. Nos es fácil negarnos nuestra propia diversión; nos es difícil negarnos nuestra propia normalidad. De ahí deriva un hecho que todo médico conoce: que suele ser peligroso dar alcohol a los enfermos, incluso cuando lo necesitan. No hace falta que diga que no comparto la idea de que sea necesariamente injustificable dar alcohol a los enfermos para proporcionarles un estímulo. Pero sí creo que dárselo a los sanos, para proporcionarles diversión, es su verdadero uso, mucho más coherente con la salud.

Lo sensato en este asunto parece ser, como sucede con tantas cosas sensatas, una paradoja. Bebe porque eres feliz, pero nunca si eres desgraciado. No bebas nunca si te sientes mal por no beber, o serás como esos bebedores de ginebra de los tugurios, que tienen la cara gris. En cambio, bebe si serías feliz sin beber, y serás como el risueño campesino italiano. No bebas nunca porque lo necesitas, pues eso es beber racionalmente, y una vía segura a la muerte y el infierno. Bebe porque no lo necesitas, pues eso es beber irracionalmente, y en ese acto se encierra la antigua salud del mundo.
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