por Giovanni Guareschi
Rivalidad
LEGÓ de la ciudad un personaje importante y la gente acudió a escucharlo de todos los distritos. Peppone había dispuesto que el mitin tuviese lugar en la plaza grande, y no sólo hizo levantar un hermoso palco tapizado de rojo sino que se procuró también una de esas camionetas que tienen en el techo cuatro grandes bocinas y adentro el mecanismo eléctrico para amplificar la voz.
La tarde de aquel domingo, pues, la plaza estaba repleta de gente, que invadía hasta el atrio de la iglesia, lindante con la plaza.
Don Camilo había cerrado todas las puertas y se había retirado a la sacristía para no ver a nadie, no oír a nadie y no hacerse mala sangre. Dormitaba, cuando una voz que parecía la de la cólera divina, lo hizo sobresaltar: "¡Camaradas!..."
Como si las paredes no existieran.
Don Camilo fue a desahogar su indignación con el Cristo del altar mayor.
–Deben haber apuntado una de sus malditas bocinas justamente contra nosotros. – exclamó – Esta es una verdadera violación de domicilio.
–¿Qué vas a hacerle, don Camilo? Es el progreso – repuso el Cristo.
Después de una premisa genérica, el orador había entrado enseguida en el fondo de la cuestión, y como era un extremista, cargaba sin miramientos.
"¡Es necesario mantenerse en la legalidad y nos mantendremos! ¡Aun a riesgo de tener que empuñar las ametralladoras y de fusilar a todos los enemigos del pueblo!..."
Don Camilo piafaba como un caballo.
–Jesús, ¿oís esas cosas?
–Oigo, don Camilo; desgraciadamente, oigo.
–Jesús, ¿por qué no disparáis un rayo en medio de esa canalla?
–Don Camilo, permanezcamos en la legalidad. Si para hacer comprender a uno que se equivoca, tú lo dejas tendido de un escopetazo, ¿quieres decirme con qué objeto me habría dejado yo colgar en la cruz?
Don Camilo abrió los brazos.
–Tenéis razón; no nos queda sino esperar que también a mí me cuelguen en la cruz.
El Cristo sonrió.
–Si en lugar de hablar y después pensar en lo que has dicho, antes pensaras lo que debes decir y luego hablases, evitarías arrepentirte de haber dicho tonteras.
Don Camilo bajó la cabeza.
"...en cuanto a aquellos que, escondiéndose a la sombra del crucifijo, intentan disgregar con el veneno de sus palabras ambiguas a la masa de los trabajadores..."
La voz del altoparlante, llevada por el viento, llenó la iglesia e hizo temblar los vidrios rojos, amarillos y azules de las ventanitas góticas.
Don Camilo aferró un grueso candelabro de bronce y empuñándolo como una clava se dirigió a la puerta rechinando los dientes.
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Para leer el capítulo completo haga click sobre la imagen de Don Camilo "campanero"
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