por Gilbert K. Chesterton
III
El suicidio del pensamiento
as frases que se dicen en la calle no son sólo enérgicas sino también sutiles; porque una expresión idiomática muchas veces puede terminar en una grieta demasiado pequeña para una definición. Hay frases populares que podrían haber sido acuñadas por el señor Henry James[22] en una agonía de precisión verbal. Y no hay verdad más sutil que la cotidiana referencia al hombre que tiene "el corazón en el lugar adecuado". Es algo que incorpora la idea de la proporción normal; no sólo afirma la existencia de una función sino también su justa relación con otras funciones. Más aún; la negación de esta frase describiría con peculiar precisión esa algo enfermiza compasión y perversa condescendencia de la mayoría de los personajes representativos modernos. Por ejemplo, si tuviese que describir con justicia el carácter del señor Bernard Shaw, lo más exacto que podría expresar sería decir que tiene un corazón heroicamente grande y generoso; pero no un corazón en el lugar adecuado. Y esto se aplica de la misma manera a la típica sociedad de nuestro tiempo.
El mundo moderno no es malvado; en ciertos aspectos el mundo moderno es demasiado bueno. Está lleno de plenas y desperdiciadas virtudes. Cuando una religión se desmembra (como se desmembró el cristianismo con la Reforma) no es tan sólo que los vicios quedan sueltos. Es cierto que los vicios quedan sueltos y se esparcen haciendo daño. Pero también las virtudes quedan sueltas, y las virtudes se esparcen de un modo más salvaje; con lo cual las virtudes hacen un daño más terrible. El mundo moderno está repleto de virtudes cristianas que se han vuelto locas. Y esas virtudes enloquecieron porque han quedado aisladas las unas de las otras y están deambulando solas. Así, a algunos científicos les importa la verdad; pero sus verdades carecen de misericordia. Así, a algunos humanitaristas sólo les importa la misericordia pero su misericordia (lamento tener que decirlo) muchas veces carece de verdad. Por ejemplo, el señor Blatchford[23] ataca al cristianismo porque está furioso por una virtud cristiana: la meramente mística y casi irracional virtud de la caridad. Tiene la extraña idea de que puede facilitar el perdón de los pecados diciendo que no hay pecados que perdonar. El señor Blatchford no es solamente un primer cristiano, es el único primer cristiano que realmente tendría que haber sido comido por los leones. Porque, en su caso, la acusación pagana es realmente cierta: su caridad significaría tan sólo simple anarquía. Es realmente enemigo de la raza humana por ser tan humano. En el otro extremo podemos tener al cáustico realista que ha asesinado en si mismo todo placer humano por los cuentos felices o por los bálsamos del corazón. Torquemada[24] torturó a la gente físicamente en aras de la verdad moral. Zola[25] torturó a la gente moralmente en aras de la salud física. Pero en la época de Torquemada al menos había un sistema en el cual, en cierta medida, la justicia y la paz se podían dar un beso. Actualmente ni siquiera se saludan. Pero, aparte de la verdad y la misericordia, el caso de la dislocación de la humildad es mucho peor.
Nos ocuparemos aquí de tan sólo un aspecto de la humildad. La humildad fue pensada como un freno a la arrogancia y a lo ilimitado de los apetitos del hombre. El ser humano siempre ha estado superando sus compasiones con sus propias, inventadas, nuevas necesidades. Su mismo poder para gozar destruyó la mitad de sus deleites. Reclamando el placer, perdió el mayor placer de todos; porque el placer más grande es el de la sorpresa. A partir de esto se hizo evidente que, si el hombre quería agrandar su mundo, debía siempre hacerse pequeño a si mismo. Aún las ambiciosas visiones, las altas ciudades, y los elevados pináculos son creaciones de la humildad. Los gigantes que pisotean bosques enteros como si fuesen pasto, son creaciones de la humildad. Torres que se esfuman sobrepasando en altura a la más solitaria de las estrellas, son creaciones de la humildad. Porque las torres no son altas a menos que las miremos desde abajo; y los gigantes no son gigantes a menos que sean más altos que nosotros. Toda esta gigantesca imaginación que constituye, quizás, uno de los mayores placeres del hombre, es en lo fundamental completamente humilde. Sin humildad es imposible disfrutar algo – incluso el orgullo.
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