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Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

10 de enero de 2009







por Giovanni Guareschi


Capítulo 11



La bomba





RAN los días que en el Parlamento y en los diarios los políticos se agarraban de los pelos por causa de aquel famoso artículo 4°que luego resultó ser el 7°[3],y como entraban en danza la Iglesia y la religión, don Camilo no había vacilado en meterse hasta el pescuezo en la tormenta.Cuando estaba seguro de trabajar por una causa justa, don Camilo procedía como un carro blindado, y de ese modo, como los otros hacían de la cuestión sobre todo un problema partidario y veían en la aprobación del artículo una victoria del más poderoso adversario político, las relaciones entre don Camilo y los rojos eran muy tirantes y soplaban vientos de garrotazos.

–Nosotros queremos que el día en que sea rechazado el artículo sea de regocijo para todos. – había dicho Peppone a los suyos, en una reunión

– Por lo tanto, participará también en los festejos nuestro reverendo arcipreste.

Y había impartido directivas para la confección de un magnífico don Camilo de paja y trapos, que sería conducido al cementerio con gran pompa y al son de la música, con un gran letrero sobre la panza que diría: "Artículo 4°".

Naturalmente, don Camilo lo había sabido enseguida y se apresuró a hacer preguntar a Peppone si, habiendo él, don Camilo, determinado abrir un círculo de mujeres católicas en el comité de la Sección, el camarada Peppone estaba dispuesto a cederle las habitaciones lo más pronto posible, sin esperar el día de la aprobación del artículo.

La mañana siguiente aparecieron en el atrio el Brusco y otros cinco o seis de la barra, quienes se pusieron a discutir en voz alta, indicando con amplios ademanes esta o aquella parte de la casa parroquial.

–Yo opinaría hacer el salón de baile utilizando toda la planta baja y situar el bufet en el primer piso.

–También se podría abrir una puerta en el muro divisorio y unir la planta baja con la capilla de San Antonio; levantar una pared para aislar la iglesia y poner el bufet en la capilla.

–Demasiada complicación. Mas bien: ¿Dónde alojamos al arcipreste? ¿En el sótano?

–Es demasiado húmedo, pobrecito. Mejor en el desván...

–También podríamos ahorcarlo en el poste de la luz.

–¡Eso no! En el pueblo hay todavía tres o cuatro católicos y es preciso tenerlos contentos también a ellos. Dejémosles el cura. ¿Qué molestias da el pobrecito?

Don Camilo escuchaba escondido detrás de la celosía de una ventana del primer piso y sentía trabajarle el corazón como el motor de un carro blindado en una cuesta. Finalmente no pudo más y abriendo de par en par la ventana se asomó con la escopeta amartillada en la mano izquierda y con una carga de cartuchos en la derecha.

–Tú, Brusco, que entiendes de esto, – dijo don Camilo – para tirar a las becadas, ¿qué tamaño de perdigones emplearías?

–Depende – dijo el Brusco, abandonando rápidamente el campo junto con sus camaradas.

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