por Giovanni Guareschi
Capítulo 11
La bomba
RAN los días que en el Parlamento y en los diarios los políticos se agarraban de los pelos por causa de aquel famoso artículo 4°que luego resultó ser el 7°[3],y como entraban en danza la Iglesia y la religión, don Camilo no había vacilado en meterse hasta el pescuezo en la tormenta.Cuando estaba seguro de trabajar por una causa justa, don Camilo procedía como un carro blindado, y de ese modo, como los otros hacían de la cuestión sobre todo un problema partidario y veían en la aprobación del artículo una victoria del más poderoso adversario político, las relaciones entre don Camilo y los rojos eran muy tirantes y soplaban vientos de garrotazos.
–Nosotros queremos que el día en que sea rechazado el artículo sea de regocijo para todos. – había dicho Peppone a los suyos, en una reunión
Y había impartido directivas para la confección de un magnífico don Camilo de paja y trapos, que sería conducido al cementerio con gran pompa y al son de la música, con un gran letrero sobre la panza que diría: "Artículo 4°".
La mañana siguiente aparecieron en el atrio el Brusco y otros cinco o seis de la barra, quienes se pusieron a discutir en voz alta, indicando con amplios ademanes esta o aquella parte de la casa parroquial.
–También se podría abrir una puerta en el muro divisorio y unir la planta baja con la capilla de San Antonio; levantar una pared para aislar la iglesia y poner el bufet en la capilla.
–Es demasiado húmedo, pobrecito. Mejor en el desván...
–¡Eso no! En el pueblo hay todavía tres o cuatro católicos y es preciso tenerlos contentos también a ellos. Dejémosles el cura. ¿Qué molestias da el pobrecito?
–Tú, Brusco, que entiendes de esto, – dijo don Camilo – para tirar a las becadas, ¿qué tamaño de perdigones emplearías?
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