Este blog está optimizado para una resolución de pantalla de 1152 x 864 px.

Fragmento de Notre charge apostolique. S.S San Pío X (1910)
"No, Venerables Hermanos -preciso es reconocerlo enérgicamente en estos tiempos de anarquía social e intelectual en que todos sientan plaza de doctores y legisladores-, no se edificará la ciudad de modo distinto de como Dios la edificó; no se edificará la ciudad si la Iglesia no pone los cimientos y dirige los trabajos; no, la civilización no está por inventar ni la "ciudad" nueva por edificarse en las nubes. Ha existido y existe; es la civilización cristiana, es la "ciudad" católica. No se trata más que de establecerla y restaurarla sin cesar sobre sus fundamentos naturales y divinos contra los ataques, siempre renovados, de la utopía malsana, de la rebeldía y de la impiedad: Omnia instaurare in Christo."

9 de enero de 2009

La Economía política y el Cristianismo (3)





por S.E.R. Zeferino Card. González Díaz de Tuñón O.P.


III



ntes de exponer sus ideas sobre Economía política, Smith había publicado la Teoría de los sentimientos morales, obra en que el publicista de Kirkaldy pretende cimentar y levantar todo el edificio de la ciencia moral sobre la estrecha base de la simpatía, eliminando, por consiguiente, de la idea de la virtud, el esfuerzo, el sacrificio y la energía de la voluntad. Esto nos explica en parte las tendencias materialistas y el espíritu egoísta que se descubren en su sistema económico-político: la Teoría de los sentimientos morales llama naturalmente, y se halla en armonía con las teorías desenvueltas en las Investigaciones sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones. Si se añade a esto que Smith, lo mismo que Say, principal propagador de sus doctrinas económicas en el continente, vivieron, conversaron y estuvieron en intimas relaciones con los filósofos sensualistas e irreligiosos del pasado siglo, no será difícil darse razón del espíritu que domina en su sistema económico-político. [35]

Ello es cierto, sin embargo, que nadie menos que Smith debiera haber prescindido de la idea cristiana, al exponer sus teorías de Economía política. Puede decirse que todo el sistema económico-político del profesor de Edimburgo se halla basado sobre la teoría del trabajo y su división: esta es la idea fundamental y dominante en su doctrina; es como la teoría madre, a la cual se refieren y subordinan de una manera más o menos directa todas sus ideas sobre esta materia.

Pues bien; si Smith hubiera reflexionado sobre este punto con espíritu imparcial y despreocupado, hubiera reconocido sin duda que el cristianismo es el que ha desarrollado y multiplicado en las sociedades modernas el poder del trabajo, porque el cristianismo, y sólo el cristianismo, es el que ha restituido al hombre la propiedad del trabajo.

Recuérdese sino, lo que era la humanidad antes del cristianismo; recuérdense aquellas manadas de esclavos que marchaban envilecidas en pos de los patricios romanos; recuérdese que Atenas, la ciudad más civilizada, tal vez, de la antigüedad, contaba en tiempo de Demetrio Falerio cuatrocientos mil esclavos para poco más de veinte mil ciudadanos; y se verá que el cristianismo, al proclamar la libertad del hombre, restituyó a las tres cuartas partes del linaje humano la propiedad de su trabajo, y con ella, un elemento el más poderoso para la producción y multiplicación de la riqueza. Pero escuchemos sobre este punto la voz [36] tan autorizada como elocuente del P. Lacordaire; he aquí cómo se expresa el célebre orador de Nuestra Señora de París, al exponer el tránsito operado en la humanidad por la acción del cristianismo, bajo el punto de vista de la propiedad del trabajo:

«El rico se había degradado a sí mismo, había degradado al pobre, y nada común existía entre estos dos miembros vivos, pero podridos, de la humanidad. El rico ni siquiera sospechaba que debiese algo al pobre. Le había arrebatado todo derecho, toda dignidad, todo respeto de si mismo, toda esperanza, todo recuerdo de origen común y de fraternidad. Nadie pensaba en la instrucción del pobre, nadie en sus dolencias, nadie en su suerte. El pobre vivía entre la crueldad de su señor, la indiferencia de todos y su propio desprecio. En este estado le encontró Jesucristo. Veamos qué hizo de él.

*****
Para leer el artículo completo haga click sobre la imagen del autor, un esclarecido y esclarecedor Príncipe de la Iglesia (¡Qué falta nos hacen algunos así!).

0 comentarios: