por el Dr. Mario Caponetto
Tomado del Blog de Cabildo
onfieso mi ignorancia. No sabía que se ha agregado un nuevo artículo al Credo. No lo supe, en realidad, hasta que leí la edición cotidiana del diario oficial u oficioso de la Santa Sede, “L’Osservatore Romano”, del 26 – 27 de enero pasado. Allí, en primera plana, bajo el título Un libreto equivocado, que lleva las iniciales de Carlo di Cicco, subdirector del diario, encontré el siguiente párrafo: “De la aceptación del Concilio desciende necesariamente una límpida posición sobre el negacionismo (se refiere a la negación del holocausto judío). La declaración Nostra aetate , que representa la más autorizada revisión católica respecto del hebraísmo, deplora «los odios, las persecuciones y todas las manifestaciones del antisemitismo dirigidas contra los hebreos en cualquier tiempo y por cualquiera que fuere». Se trata de una enseñanza no opinable para un católico” (lo destacado en color es mío).
Vayamos por parte. La Santa Sede levantó la excomunión a cuatro obispos pertenecientes a la Fraternidad San Pío X, consagrados en 1989 por Monseñor Marcel Lefebvre y excomulgados por Juan Pablo II. La medida causó una ola de indignación en altos círculos judíos porque uno de los cuatro obispos, Monseñor Richard Williamson, en declaraciones ante la televisión sueca, hace unos meses, puso en duda la versión oficial del Holocausto judío con lo que el prelado habría incurrido —según el dictamen de aquellos círculos judaicos— en el “negacionismo”, al parecer una suerte de herejía secular contraria al dogma inamovible de la Shoah.
Pero, ¿los católicos? Se supone que estamos obligados a discernir. Precisamente, lo que el articulista del “L’Osservatore Romano” no hace. Por empezar no es cierto que de las enseñanzas del Concilio se derive posición alguna sobre el llamado “negacionismo” si por tal se entiende la apreciación —siempre opinable— de un hecho histórico que en sí misma está reservada a la competencia de la ciencia histórica. Menos puede pretenderse que esa posición resulte “no opinable para un católico” como si se tratase de una verdad de fe o de moral. ¿Es que ahora la Shoah, en su versión oficial, es un dogma de Fe? ¿Acaso cuestionar o negar mediante el método de las ciencias históricas un hecho histórico constituye un atentado a las enseñanzas infalibles del Magisterio?
Por tanto, si el Papa vuelve a admitir en la comunión de la Iglesia a quien incurre tan claramente en “negacionismo”, no queda sino concluir que el propio Benedicto XVI o bien avala el “negacionismo” o al menos lo tolera. Y esto significa, eo ipso, borrar el Concilio Vaticano II, con Nostra ætate incluida, abjurar del diálogo con los judíos y volver a las andadas preconciliares. Ni más ni menos, tal es el razonamiento de los judíos. No puede sorprendernos. Ellos niegan a Cristo. Rechazan, con violenta obstinación, cualquier propuesta de conversión. No quieren al Mesías. “Vino a los suyos y los suyos no lo recibieron”. Las palabras del Evangelio de San Juan siguen allí, clavadas en el misterio de la historia.
Pero, ¿los católicos? Se supone que estamos obligados a discernir. Precisamente, lo que el articulista del “L’Osservatore Romano” no hace. Por empezar no es cierto que de las enseñanzas del Concilio se derive posición alguna sobre el llamado “negacionismo” si por tal se entiende la apreciación —siempre opinable— de un hecho histórico que en sí misma está reservada a la competencia de la ciencia histórica. Menos puede pretenderse que esa posición resulte “no opinable para un católico” como si se tratase de una verdad de fe o de moral. ¿Es que ahora la Shoah, en su versión oficial, es un dogma de Fe? ¿Acaso cuestionar o negar mediante el método de las ciencias históricas un hecho histórico constituye un atentado a las enseñanzas infalibles del Magisterio?
Curioso. En una época en que todo es opinable, en que no se sanciona a casi nadie, en que corren dentro de la Iglesia las más variadas propuestas teológicas, litúrgicas y pastorales sin el menor cuidado por la ortodoxia, nos venimos a enterar de que un católico no puede opinar libremente acerca de un hecho histórico.
Además, me decía un amigo, buen cristiano, humilde y devoto: “Pero… ¿cómo? Los judíos niegan a Cristo y nadie, en la Iglesia, dice nada y se sigue adelante con el diálogo y la amistad. Pero si un obispo niega el holocausto el diálogo se corta y se acaba la amistad. ¿En qué quedamos?” Dejo picando la pregunta.
Pero, al final, ¿qué pretenden nuestros “hermanos mayores” tan fielmente secundados por no pocos católicos, esos católicos “mistongos” como los definió Castellani? Primero nos hicieron renunciar al deicidio. Después nos obligaron a pedirles perdón por haber contribuido al antisemitismo en épocas oscuras de la Iglesia. Ahora, al parecer, van por más. Pronto escucharemos en nuestros templos la nueva versión ampliada del Credo: “Creo en … el perdón de los pecados, la resurrección de la carne, la vida eterna y la Shoah. Amén”.
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