por Gilbert K. Chesterton
VII
La eterna Revolución
e han expuesto las siguientes proposiciones. Primero, que nuestra vida requiere cierta cantidad de fe hasta para perfeccionarla. Segundo, que aún para estar satisfecho resulta necesario algún grado de insatisfacción con las cosas tal como están. Tercero, que, para adquirir el manifiesto equilibrio de los estoicos, no es suficiente con tener esta necesaria aquiescencia y esta necesaria oposición. Porque la mera resignación no posee ni la gigantesca euforia del placer ni la suprema intolerabilidad del dolor. Hay una objeción vital al consejo de limitarse a sonreír mostrando los dientes y soportando. Los héroes griegos no sonreían mostrando los dientes; pero las gárgolas lo hacen – porque son cristianas. Y cuando un cristiano está contento, se encuentra terriblemente contento (en el sentido más estricto de la expresión) porque su alegría es tremenda. Cristo profetizó toda la arquitectura gótica en aquél momento en el que ciertas personas nerviosas y respetables objetaban el griterío de la plebe de Jerusalén (al igual que hoy algunos objetan la presencia de los organilleros callejeros). Fue cuando les dijo: “Si estos callaran, las mismas piedras gritarían”.[106] Bajo el impulso de Su espíritu emergieron como un coro clamoroso las fachadas de las catedrales medievales, recargadas de caras gritonas y bocas abiertas. La profecía se ha cumplido: las mismas piedras están gritando.
Si se aceptan estas cosas, aunque más no sea a los efectos de la discusión, podemos retomar, el hilo del pensamiento sobre el hombre natural allí dónde lo dejamos; ése que los escoceses – con impropia familiaridad – llaman “el viejo”. Podemos hacernos la próxima pregunta que tan obviamente se nos presenta. Se necesita algún grado de satisfacción hasta para mejorar las cosas. Pero ¿qué significa eso de mejorar las cosas? La mayor parte del discurso moderno sobre este tema no es más que un argumento en círculo vicioso – un círculo al que ya hemos considerado como el símbolo de la locura y del mero racionalismo. Según este discurso, la evolución sólo es buena si produce el bien; el bien sólo es bueno si produce la evolución. El elefante se para sobre la tortuga y la tortuga sobre el elefante.
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