por Giovanni Guareschi
ODOS los años, al celebrarse la feria del pueblo, se llevaba en procesión al Cristo crucificado del altar. El cortejo llegaba hasta el dique y allí se efectuaba la bendición de las aguas para que el río no hiciera locuras y se comportara decentemente.
Como en otras ocasiones parecía que también en ésta las cosas funcionarían con la acostumbrada regularidad, y don Camilo estaba dando los últimos toques al programa de la fiesta, cuando apareció el Brusco en la rectoral.
–El secretario del comité – dijo el Brusco – me manda a hacerle saber que el comité participará en la procesión en pleno con bandera.
–Agradezco al secretario Peppone – contestó don Camilo. – Me alegraré de que todos los hombres del comité estén presentes. Sin embargo, es necesario que tengan la amabilidad de dejar la bandera en casa. No debe haber banderas políticas en cortejos sacros. Estas son las órdenes que tengo.
El Brusco se marchó y poco después llegó Peppone con la cara congestionada y los ojos fuera de las órbitas.
–¡Somos cristianos como todos los demás! – gritó Peppone entrando en la rectoral sin pedir siquiera permiso. – ¿En qué somos distintos de los otros?
–En que cuando entran en casa ajena ustedes ni se quitan el sombrero – respondió don Camilo tranquilamente.
Peppone se quitó el sombrero con rabia.
–Ahora eres igual a los demás cristianos – dijo don Camilo.
–¿Por qué no podemos venir a la procesión con nuestra bandera? – gritó Peppone. – ¿Qué tiene de particular nuestra bandera? ¿Es la bandera de los ladrones y los asesinos?
–No camarada Peppone – explicó don Camilo mientras encendía su toscano. – Es una bandera partidaria y aquí se trata de un acto religioso y no político.
–¡En ese caso tampoco deben ustedes admitir las banderas de la Acción Católica!
–¿Por qué? La Acción Católica no es un partido político, tanto es así que yo soy su secretario. Precisamente te aconsejo que te inscribas con tus camaradas.
Peppone soltó una carcajada.
–¡Si quiere usted salvar su alma negra, deberá inscribirse en nuestro partido!
Don Camilo abrió los brazos.
–Procedamos así – repuso sonriendo, – cada cual queda donde está y amigos, como antes.
–Yo y usted nunca hemos sido amigos – afirmó Peppone.
–¿Tampoco cuando estuvimos juntos en los montes?
–¡No! Era una simple alianza estratégica. Por el triunfo de la causa uno puede aliarse hasta con los curas.
–Bueno –dijo don Camilo con calma. – Pero si quieren venir a la procesión deben dejar la bandera en casa.
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